«Me muero de miedo»

Los encierros de Pamplona dejan siempre imágenes electrizantes. Los toros corren tan rápido que es un visto y no visto. Pero el encierro comienza bastante antes de las 8 de la mañana. Los minutos previos al comienzo de la carrera, los corredores y corredoras –que aunque muchas menos, las hay– se agrupan en una especie de manada humanoide para darse ánimo, calor, abrazos. Saben que se juegan mucho en unos segundos.

Si ves el encierro desde un balcón bien situado, a poco que observes percibirás que algo importante está a punto de suceder. Las caras de los corredores que saben de qué va la fiesta hablan solas. En silencio. Se miran. Se buscan. Como los buenos amigos. En esos 30 minutos de espera, la camaradería se impone. Y si pudiéramos filmar todo lo que pasa por sus cabezas, fliparíamos.

Sin embargo, los 875 metros del encierro comprenden tramos que escapan a la vista desde un balcón. Ocurre, por ejemplo, en el callejón que escupe a toros, mansos y corredores a la Plaza de Toros, ya casi en el final. Allí son los fotógrafos y los cámaras de televisión quienes ven por nosotros.

Hoy 7 de julio corrían los temidos toros de la ganadería extremeña Jandilla. Unos bestias con alas. Me recordaban a los velocistas de los cien metros, como el jamaicano Usain Bolt. Han corrido sin entretenerse, seguros, directos, lanzados. Con algún que otro momento de miedo pero sin grandes sobresaltos. Y al igual que cada año, a los pocos minutos de terminar lo hemos contado en imágenes.

En un rápido vistazo al resumen fotográfico del encierro, uno siempre busca los cuernos cerca de algún corredor, la vuelta por los aires, el quiebro, las caras de susto… Y se nos escurren los pequeños detalles.

A mí hoy me ha atrapado esta corredora, la de la foto, que en medio del callejón chorreado de sol se lleva las manos a la cabeza, y se encoge como una croqueta temiendo lo peor. Los demás siguen, ella se para. ¿Qué ha pasado? ¿El miedo la ha paralizado? ¿Cuántas pulsaciones tiene en esos segundos? ¿Es suyo el pañuelo bajo sus pies? ¿Es su primera vez? ¿Sabía de qué va la fiesta?

Como tantas preguntas, se quedarán en el aire, o en el ruedo. Imposible dar con ella entre la marabunta de gente. El pintor Antonio Eslava interpreta el encierro como una danza. Ancestral. Y contemporánea. Bella. Poética.

La postura y el gesto de esta chica podrían inspirar una coreografía. Aunque aquí en este caso no es imaginaria. Oigo su voz en mi cabeza: «Me muero de miedo. ¡No puedo más!». Y cuando parece que llega el final, el toro ha pasado sin ver que estabas ahí, acojonada.

¿Qué haces aquí, Hemingway, sin tunearte de blanco?

Estos días por Pamplona se dejan ver unos cuantos dobles de Hemingway, barbiblancos, con generosas carnes y aspecto de abuelo de Heidi. Hoy hemos pillado a uno de ellos in fraganti, sin tunear, el que sale en la foto. Bueno, a lo mejor es el mismísimo Hemingway, que se ha reencarnado para pasearse de incógnito y revivir su fiesta preferida.

A Hemingway Pamplona le debe mucho: sus escritos y reflexiones sobre la fiesta pusieron esta ciudad en el mapa del mundo. Miles de personas vienen cada año atraídas por lo que se cuenta de los Sanfermines. La mayoría nunca ha leído “Fiesta”, ni lo hará nunca, pero les suena que aquí pasan cosas increíbles, como que todo el mundo se viste de blanco.

Hoy ya estamos en pleno follón festivo. Una parisina de origen navarro ha encendido la mecha del Txupinazo. Su abuelo, Honorino Arteta, logró escapar a Francia, con un balazo en la pierna. El resto de sus 21 amigos y compañeros, todos republicanos, como él, no tuvieron tanta suerte. Era el 23 de agosto de 1936, en plena guerra civil.

Honorino formaba parte de la peña La Veleta, fundada en 1931 por gente de origen humilde y de clase obrera. Ese año Hemingway también vino a los Sanfermines. Los de esta Peña querían distinguirse de alguna forma durante las fiestas, y eligieron vestirse todos igual, con un sencillo atuendo blanco, popular, asequible para todos.

Desde entonces, Pamplona por Sanfermin se viste de blanco y rojo. La mayoría de los visitantes también cumple casi a rajatabla con el ritual. Si llegas a Pamplona en medio de las fiestas, te metes en la parte vieja y no vas tuneado de Sanfermin, cantas mogollón. Te sientes como un marciano. Y no te queda otro remedio que pillar camiseta, pantalón y pañuelo.

Durante muchos años, el traje era blanco impoluto. Hasta que un día a tres amigos se les ocurrió una majadería: diseñar una camiseta, hacer una tirada y venderla por las calles durante las fiestas. Así conseguirían pagarse sus kalimotxos. A la gente le gustó… y aquello marcó el comienzo de nuestra marca, Kukuxumusu, el beso de pulga ‘cocido’ entre kalimotxos.

Hoy en Pamplona por Sanfermin conviven los atuendos blanco impecable con una gran variedad de estilos, dibujos, frases, ocurrencias.

Este año cumplimos 26 Sanfermines reinventando la fiesta con los lápices. Y para celebrarlo hemos resumido el recorrido del Encierro en la camiseta del año, con todos los puntos de interés. Para que la gente de Pamplona pueda chulear del Casco Viejo y para que los turistas sepan lo que no deberían perderse. Así cuando se la lleven de aquí podrán contar sus historietas sin tener que poner el dedo sobre un mapa.

Ya huele a testosterona

Me he puesto a contar cabezas en esta foto. Pero es un mareo. Calculo unas cien. Podría ser una paella con mogollón de langostinos. Sólo veo dos gambas, quizás haya alguna más, escondida. Una frunce el ceño, la otra enarca las cejas. A saber qué están pensando.

«Apesta a testosterona», dice la rubia. «Quién me manda a mí meterme en esta pocilga», barrunta la morena. Parecen ajenas a la escena machoman rollo ‘Braveheart’ que protagoniza este bicharraco. Un ejemplar fornido en el gimnasio y bien tatuado, como manda la moda. Quizás se estrena en el Txupinazo, porque lleva un bañador y unas estupendas deportivas de marca que dudo mucho las vuelva a calzar. Los que nos sabemos el cuento llevamos unas zapatillas viejas que luego tiramos a la basura.

Esta escena es una de tantas que pueden verse desde un balcón el día 6 de julio, poco antes de las 12 del mediodía, en la plaza del Ayuntamiento de Pamplona. Gambas y langostinos llevan el pañuelo rojo anudado en la muñeca. Es parte del ritual. El traje blanco ha pasado en pocos minutos a un rosa sangría de la barata.

Contamos las horas para el Txupinazo. Hace un calor de infierno. Huele a fiesta por todas las esquinas. Van llegando ‘guiris’ de los lugares más curiosos del planeta. Como los de esta imagen. Pamplona se prepara para el gran estallido.

Si continúa la sofoquina, las noches serán más divertidas. Nos bañaremos en cerveza y nos tiraremos por los parques a reposar la juerga. Vestidos de blanco, nos sentiremos iguales. Por unos días dará igual cuánto tienes en tu cuenta corriente, lo que debes al banco, qué cargo ocupas en la empresa, o si te acaban de despedir…

También vendrán personajes muy ‘vip’, pastosos y poderosos. Les gusta meterse entre la gente jugando al escondite. Pero a nosotros nos da igual. Aquí no hacemos ascos a nadie. En la calle poco importa quién eres, sino qué gracia tienes para bailar, con qué humor te tomas las bromas, si eres capaz de olvidarte por un rato de dónde vienes y a dónde vas.

Sanfermin hipnotiza, si te dejas llevar. La fiesta te integra en una pura anarquía. Una oportunidad de vivir una gran juerga, hacer nuevos amigos, ligar, enrollarte, flipar viendo el encierro, reír sin parar… Ah, y si te ves en la foto o encuentras a algún amigo o amiga entre este mogollón, escríbenos y nos cuentas qué gritaba el musculitos y si al fin logró volar.

Escudo de Larraga

Más allá de las paredes, Organización

By Matt Dowsett

Pamplona. Hogar del encierro y la fiesta entre las fiestas. San Fermín atrae a una variada e internacional pléyade de seguidores, pero muy pocos visitantes extranjeros son conscientes de lo que significa Pamplona, de que solo es la punta del iceberg en cuanto a fiestas y toros. Cruzando España y más allá hay muchas fiestas y cientos de miles de toros corriendo todos los años. Dentro de las antiguas murallas de Pamplona se vive una pasión que se escucha desde fuera, que se muestra en un escenario internacional. Pero más allá de las paredes existen historias que no se ven, que no cuenta de la gente, sobre los toros y las calles de estas otras fiestas.

Lo ves por el rabillo del ojo durante la fiesta. Realmente no lo procesas porque estás disfrutando de ti mismo pensando en el encierro, las charangas, los fuegos artificiales o, simplemente, decidiendo dónde ir para echar el próximo trago. Pero allí está, en el fondo, oculto a primera vista.

La vida sigue, se escucha el ruido del motor y las ruedas avanzan. La Fiesta sigue en marcha, pero tiene que haber alguien allí para que todo siga funcionando; alguien que cuide las cosas y se asegure de que todo funciona sin problemas.

Nosotros no queremos admitirlo aunque, francamente, la idea irrumpe en nuestro estado de ánimo festivo porque unas pocas personas realmente trabajan en la fiesta, hacen los trabajos basura y tienen que pasar tiempo organizando la juerga. Hay un montón de elementos que no son muy divertidos y, gracias a Dios, los realiza generalmente otra persona; camareros, barrenderos, policía, personal médico, dependientes y organizadores de eventos. Para ellos la fiesta no es simplemente una fiesta, llevan la mochila de la responsabilidad también.

Marisa, el alcalde (alcaldesa) de Larraga -2007-2011- tuvo la amabilidad de permitirme echar un vistazo íntimo detrás de las puertas cerradas del ayuntamiento. Aunque no hay nada como la escalera de San Fermín, las fiestas de San Miguel todavía mantienen todos los elementos de una celebración típica de Navarra y requieren mucha organización.

Marisa me explicó que antes San Miguel duraba nueve días en septiembre, pero se redujo a siete, y se trasladó a agosto como otros tantos pueblos de la región. La organización de las fiestas es, en última instancia, responsabilidad del alcalde que recibe ayuda de un concejal, así como de una comisión que se reúne para acordar los eventos festivos y reunir las opiniones de la gente del pueblo que son los que pagan después de todo. Las Fiestas se financian a través de los impuestos locales, una cantidad que varía según los eventos conseguidos y la situación económica. La crisis, por ejemplo, obligó a una reducción de eventos en muchas fiestas y a quedarse peladas a las familias.

La planificación de las fiestas normalmente tarda tres meses en Larraga y, mientras el núcleo de la fiesta en gran parte sigue siendo el mismo, todavía hay elementos nuevos o diferentes cada año.

No es sorprendente que el elemento más estresante sea el encierro de vacas. No hay corridas de toros en Larraga, pero sí un montón de encierros y capeas. Lo último que el ayuntamiento quiere es una mala noticia de alguna persona ignorante que consiga la portada del Diario de Navarra por haber sido cogido en el encierro. Afortunadamente las lesiones con vacas son raras. A pesar de todo un mínimo de dos ambulancias deben estar presentes en la carrera, no son gratis y proviene de dos “empresas”. Estas no son públicas y no hay realmente mucha competencia por lo que en última instancia la elección será determinada por el precio. Las lesiones menores se tratan in situ y los heridos más graves se trasladan hasta Pamplona, situada ??a unos veinte minutos de distancia. Marisa me dijo que el encierro le causó siempre la mayor preocupación, así como el temor de que nadie resultara herido ni las familias tuvieran que pasar ese trago. La Policía, o más específicamente el alguacil (Sheriff), es en última instancia el responsable de la seguridad municipal durante los encierros, cohetes y fuegos artificiales y puede infligir multas al pueblo si no ha actuado de una manera segura.

Para Marisa durante las fiestas hay mucho trabajo. Tiene que asegurarse de que todo funciona sin problemas y debe asistir a los eventos oficiales, por lo que tiene poco tiempo para su familia y amigos. Ella admitió que sentía algo de miedo cuando la fiesta se acerca a causa de esto. También existen muchos momentos buenos, como encender el cohete para comenzar las fiestas, imponer el pañuelico de fiestas a los más pequeños y muy emotivo día de la Patrona.

A pesar de la lealtad a un partido político, Marisa expresó su creencia de que la política y las fiestas deben mantenerse separadas y que la fiesta es para todos. Y como en Pamplona un 15 de julio Marisa señaló que, en Larraga, una fiesta cuando termina, la vida vuelve a la normalidad con una rapidez increíble, prácticamente al día siguiente.

Bill Himann con su bicicleta frente a la plaza de toros de Pamplona. ©Mikel Ciáurriz FotoXpasion.com

Un profesor de historia le despertó curiosidad por la física, le enseñó a boxear… y Bill Hillmann llegó a ser campeón del mítico Chicago Golden Gloves

(Segunda parte, de tres) Ver primera parte.

Letras de Itxaso Recondo y fotografía de Mikel Ciáurriz.

Bill Hillmann acaba de regresar del Brooklyn Book Festival, el mayor evento literario público de Nueva York, en donde ha presentado con éxito su novela “The Old Neighborhood”, un retrato de las pandillas callejeras de Chicago. El libro ha sido elegido por el Chicago Sun Times como el mejor libro publicado en 2014, y la prestigiosa Library Journal lo ha seleccionado entre los 30 mejores libros de editoriales independientes. Pero antes de ser escritor, Hillmann descubrió el boxeo, “un arte muy bello” como él lo llama, en el que llegó bastante lejos con los Chicago Golden Gloves. Ya no boxea, pero ese aprendizaje le sirve para correr los encierros.

Durante diez años fuiste boxeador profesional, en 2002 llegaste a campeón del Chicago Golden Gloves. ¿Cómo aprendiste a canalizar tu espíritu combativo de un modo no violento?
El boxeo es un arte, un arte muy bello. Puedes boxear como Mozart, como Picasso, como un bailarín de ballet… en cualquier momento te puede sorprender la belleza de ese momento. Por supuesto, tienes que partir de que sientas dentro de ti una fuerza con cierta furia, pero que si no la controlas alguien que lo vea te puede derrotar en un segundo. Porque cuando estás muy enfadado no puedes ver nada. En el boxeo aprendes rápido que pelear con rabia te hace muy frágil. Utilizarán tu agresividad para hacerte daño. El boxeo no es una pelea, sino una partida de ajedrez. Y debe boxear con tu cabeza.

©Mikel Ciáurriz FotoXpasion.com
©Mikel Ciaurriz FotoXpasion.com

¿Crees que algo así sucede corriendo en el encierro delante de los toros?
Sí, exacto. Sobre todo ocurre con el animal. Porque el animal es muy instintivo. Y correr consiste en dominar ese miedo, seducir al animal para decirle que no hay nada contra lo que luchar, que sólo quieres correr con él, que no le vas a hacer daño, que lo único que debe hacer es ir con sus hermanos de manada. Tú puedes usar su furia como una energía para avanzar en la calle. Eso es lo que intentaba hacer antes de que el toro me pillara, atraerlo, seducirlo y calmarlo para que siguiera su carrera. De eso va el arte de correr el encierro. Coger el miedo, la furia y la confusión de los animales, seducirlos, calmarlos, y enseñarles que lo único que hay que hacer es correr por esa calle. Eso es todo. No hay razón para pararse ni atacar. Simplemente, ¡vamos!

En la primera entrevista dijiste que ya no boxeas porque te obsesionas con ello. ¿Todavía sientes esa pulsión por pelear?
Siempre he vivido con un fuerte sentimiento de pelea y me lo he trabajado. En parte, por eso me gustan tanto los toros, porque en su fiereza puedo ver la mía, esa parte animal, y sé que es muy potente en mí. Me he peleado con mucha gente en mi época de pandillas callejeras, y lo lamento mucho. Al mismo tiempo, sé que casi nunca está justificado pelear, e incluso puedes evitarlo no acudiendo a lugares peligrosos. Por eso siempre intento aplacar esa furia interior mía. “No tienes que pelear con nadie”, me digo a menudo, incluso cuando alguien me ataca diciéndome algo provocador, no tiene sentido, a no ser que sea para defender a alguien o en defensa propia. No quiero hacer daño a nadie.

¿En qué momento de tu vida sentiste la necesidad de salir de la calle?
Cuando descubrí el boxeo, eso cambió mi vida de forma radical. El hombre que me enseñó a boxear, un cura cristiano, el padre Peter, era un tipo fuerte. Yo era un niño rabioso que creía que podía pelear con cualquiera… Y me di cuenta de que podía pelear, pero no boxear, porque no sabía nada. Él intuía cómo yo me sentía y el primer día que boxeamos me dio 30 ‘jabs’, son golpes de gancho muy básicos que los puedes aguantar, y me arrinconó desde el primero. Le dije: “¿Cómo lo haces?”. Y me empezó a enseñar desde lo más básico. Así empecé.

©Mikel Ciáurriz FotoXpasion.com
©Mikel Ciaurriz FotoXpasion.com

Pasaste de la calle al ring, y luego llegaste a ser campeón de boxeo.
Me hice muy bueno en el boxeo, a la gente le gustaba, era un deporte, un arte que me permitió volver al lado positivo. Cuando por fin sentí que podía controlar mi furia y canalizarla mediante golpes perfectos, y la gente normal y buena me aclamaba por ello (no como en la calle), aquello me hizo volver a relacionarme con la gente buena de mi barrio.

¿Te resultó fácil aprender el arte del boxeo?
Sí, porque me enganchó desde el mismo día en que el padre Peter me tumbó. Me lo tomé como una profesión, aprendí todo lo que pude, y siempre me parecía poco. El padre Peter era también mi profesor de historia en el colegio, el mejor que he tenido en toda mi vida, él conseguía que me interesara en temas que nunca me habían importado lo más mínimo. Me metió el gusanillo. Un día me dijo: “Si estudias duro para este examen, conseguirás una ‘A’”. Nunca había conseguido una ‘A’ en nada. Me lo propuse, y saqué una ‘B’. Para el siguiente estudié más y obtuve una ‘A’.

Entonces, ¿experimentaste un cambio radical, como le ocurre al protagonista de tu novela, Joe Walsh?
Algo parecido, sí. Poco a poco empecé a mejorar resultados en los estudios y a pensar en ir al ‘college’… De pronto me interesaban la física, los átomos, la cuántica, y otras cuestiones. Mi mente empezó a abrirse. Mi pasado seguía pesándome mucho, porque mi hermano seguía en la cárcel, y sentía todavía mucha rabia, pero empecé a hacer fotografías, en la clase de arte me animaron, y todos esos sentimientos de amargura, rabia, enfado, tristeza, pude volcarlos en hacer algo positivo. Le debo mucho al padre Peter.

El barrio de Chicago donde tú creciste, ¿se parece al que describes en tu novela?
Me he inspirado mucho en él, el Far North Side, sí, era un sitio precioso lleno de vida y carácter. Nunca entendí la lucha entre razas porque mi familia era una mezcla: mis dos hermanas son negras, fueron adoptadas, y para mí no había diferencia entre mis tres hermanos de sangre, blancos, y ellas. Fui muy afortunado de crecer en ese entorno, un mundo multirracial con vecinos negros, filipinos, mejicanos, rumanos, asirios, irlandeses, italianos… cualquier raza cabía allí. Mirando hacia atrás me doy cuenta de que fui un privilegiado, y a veces echo en falta esa experiencia.

Tú has nacido en Chicago y vives allí. ¿Sigue habiendo ese clima de violencia callejera que nos pintan las películas?
Las películas están basadas en la realidad, desde luego. Chicago es la tercera ciudad más grande de Estados Unidos. El crimen en Los Ángeles y en Nueva York ha descendido drásticamente; en Chicago también, pero en menor escala. Creo que una de las razones es porque hay una gran segregación en Chicago, los barrios están muy segregados, grandes partes de la ciudad son negras, portorriqueñas, mejicanas… Allí no se da esa mezcla que tú ves en Nueva York, por ejemplo, esa gran diversidad y esa apertura para que los jóvenes profesionales de cualquier origen puedan progresar.

Las guerras entre pandillas legendarias, ¿continúan activas?
Muchas de las pandillas callejeras, de las bandas que nacieron en los 60, siguen existiendo en Chicago. La guerra entre los Black Stones y los Gangster Disciples lleva viva desde hace 50 o 60 años; y entre los Spanish Cobras y los Latin Kings… Y no parece que vayan a parar. Las bandas callejeras modernas nacieron en el sur y en el oeste de Chicago. Ese legado es muy poderoso. El principal problema es que en Chicago hay áreas extremadamente pobres aún hoy, donde hay mucha desesperanza, y en ellas perviven las luchas entre barrios. No ha cambiado mucho.

Quieres decir que esas familias han vivido durante generaciones allí, en medio de esas guerras callejeras.
Sí, las mismas familias han vivido en esos barrios por muchos años. Hay mucho dolor viejo acumulado. Tíos, padres, abuelos, hermanos, han sido asesinados así que es duro para un niño que crece allí no caer en esas peleas. Crecen rodeados de violencia, están enfadados, y cuando son adolescentes devuelven ese dolor, porque ya han perdido a un ser querido. Son viejas historias y nada está cambiando. Incluso se ha hecho más complejo en estos últimos años. La vieja guerra no ha terminado. El crimen se ha reducido a la mitad en Chicago, pero todavía se dan cientos de asesinatos cada año, el doble que en Nueva York que, sin embargo, es dos veces más grande que Chicago. Por eso es tan dramático.

Ese es el lado oscuro de Chicago. ¿Y cuál es la cara luminosa de esa ciudad tan retratada en las películas de gangsters?
Los deportes, sin duda, y los movimientos artísticos y culturales. Tenemos una gran tradición de béisbol en Chicago, con dos grandes equipos, pocas ciudades pueden ostentar de ello. Y luego están los Chicago Bulls, que han sido legendarios en el baloncesto, Michael Jordan los llevó a lo más alto. Cualquier deporte ha dado muy buenos equipos en Chicago. Por otro lado, el arte y la cultura, que son fantásticos. El teatro, por ejemplo, es todo un fenómeno allí, tenemos dos de los mejores teatros del país. También el movimiento contracultural es muy potente. Muchos jóvenes viven en edificios abandonados y hacen unas pinturas muy extrañas y también música. Me divierte mucho todo ese caldo cultural en el que yo he crecido también.

• Próximo día, la tercera y última parte: su pasión por correr el encierro

Ver primera parte.

Letras de Itxaso Recondo y fotografía de Mikel Ciáurriz.

Bill Hillman en el callejón de la plaza de toros de Pamplona. Cerca de donde sufrió la cornada. Foto Mikel Ciaurriz

Esta es la historia de Bill Hillmann

Bill Hillmann se crió en un duro barrio de Chicago. Estudiar física, el boxeo profesional, la literatura y los encierros… lo salvaron.

Primera parte (de tres). Leer segunda parte.

-Letras de Itxaso Recondo y fotografía de Mikel Ciáurriz-

“Un corredor norteamericano, co-autor de un libro sobre cómo sobrevivir a los toros de Pamplona, herido por asta de toro”. Este titular dio la vuelta al mundo. El corredor no era otro que Bill Hillmann. Bromas aparte, sobrevivió. En aquel momento lo entrevistamos en el hospital, a pie de cama. Contamos la historia que sucedió entre él y Mikel Ciáurriz, fotógrafo de sanfermin.com. Hemos querido conocer más a Bill Hillmann, su faceta de escritor, su experiencia vital… y esa pasión que siente por los encierros. Y la mejor manera de hacerlo es a través de su novela, “The Old Neighborhood”, para la que se ha basado en su propia vida.

Publicada este mismo año en Estados Unidos, ha obtenido excelentes críticas. Hace unos días, el famoso escritor británico Irvine Welsh decía acerca de ella en la prestigiosa revista Jot Down: “En el nuevo milenio, sólo he estado interesado por dos libros, el primero es ‘The Old Neighborhood’, de Bill Hillmann…”. Pronto la podremos leer también en español. Mientras, Hillmann nos cuenta qué le llevó a escribirla.

Old Neightborhood BillHillmann
Best Newbook 2014 by Chicago Sun-Times. Editorial Courtside Explendor 2014

El protagonista de tu novela es Joe Walsh, un adolescente sensible que crece en un mundo sórdido y violento, entre pandillas callejeras que se lo juegan todo. ¿Hay algo de ti en ese personaje?

Joe se parece mucho a mí cuando yo era un niño. Le suceden cosas parecidas y crece en una familia similar a la mía, que vive en el mismo barrio. Pero mi vida no ha sido tan dura como la suya. Mi sensibilidad está en él, y también mis sentimientos, mi lucha por mejorar y por tratar de superar las dificultades. Aunque somos distintos, probablemente él tiene mi esperanza y mi corazón.

Has crecido en la ciudad de Chicago, en un entorno parecido al que relatas en la novela. ¿Has perdido a alguien importante en tu vida, como le ocurre al protagonista?

Sí, claro. A parte de la pérdida de mi abuelo, a quien yo quería mucho, la que más me impactó fue la muerte del mejor amigo de mi hermano: lo mataron los miembros de una pandilla callejera, de un tiro en la cabeza. Él era un artista, un músico, un líder carismático y una buena persona, que agrupó a un montón de jóvenes que, como mi hermano, andaban un poco perdidos en la escuela, y les influyó de forma muy positiva.

Bill Hillman en Baluarte de El Redín en Pamplona. Imagen, Mikel Ciáurriz.
Bill Hillman en Baluarte de El Redín en Pamplona. Imagen, Mikel Ciaurriz.

¿Qué edad tenías entonces?

Yo tendría unos 9 o 10 años. Fue una época extraña para mí porque me preocupaba mucho de mi hermano, que iba con una pandilla callejera, y temía que lo mataran, o que él matara a alguien. Como muchos otros niños, era testigo de cómo mi propio hermano participaba en esas guerras callejeras, porque me contaba lo que habían hecho, cosas terribles. Para mí fue una época dura, no sabía nada acerca de la muerte, porque era muy crío, pero vivía con la tensión de que mi hermano podía morir en cualquier momento.

¿De qué modo impactó eso en tu vida posterior? ¿Viviste una adolescencia difícil?

Sin duda tuvo mucho impacto en mí y supuso un gran trauma. Porque los niños no suelen estar expuestos a este tipo de emociones, y cuando ocurre es terrible, y luego eso los persigue hasta su vida adulta. Todas esas emociones bullían dentro de mí de adolescente, y me metía en muchos líos, fue una época triste. También perdí en cierto modo a uno de mis hermanos, el mayor, porque lo encarcelaron por robo a mano armada esa misma época. Me relacionaba con él sabiendo que era como dos personas diferentes, el que me sonreía y era majo conmigo, y el que actuaba cuando no estaba conmigo, que robaba, disparaba, y hacía cosas horribles a la gente, hasta que lo metieron en la cárcel… Fue traumático.

«Como muchos otros niños, yo era testigo de cómo mi propio hermano participaba en esas guerras callejeras, y temía por su vida»

Bill Hillmann junto al revellín de la Catedral de Pamplona. Imagen: Mikel Ciáurriz
Bill Hillman junto al revellín de la Catedral de Pamplona. Imagen: Mikel Ciaurriz

Entonces, ¿tu hermano era un tipo temido en el barrio, un líder pandillero?

Sí. La gente me decía: “Tu hermano es un tipo horrible, es malo, nos da miedo… tú eres un Hillmann, y eres como él”. Todo el mundo en el barrio lo temía. Eso me dolía y me enfadaba mucho. Yo lo defendía porque era mi hermano, y le quería. Así que acabé atraído por esa violencia callejera, empecé a meterme en líos. Eso me separó de una parte del vecindario que era muy positiva para mí. Yo no era como mi hermano, pero tampoco iba a pedir perdón por ser su hermano, y corté con esos niños. La mayoría de los niños son buenos, pero a veces la situación que viven los empuja a hacer daño. Sigue pasando hoy en Chicago, miles de niños se están perdiendo, enrolándose en pandillas criminales, pueden ser niños muy sensibles, inteligentes, que podrían hacer algo positivo para el mundo… pero esa oscuridad es muy potente allí y los arrastra.

En la novela, la carta que escribe desde la cárcel Pat a su hermano pequeño resulta conmovedora. ¿Qué significado tiene para ti?

¿Esa carta? En la cárcel, Pat está forzado a ver lo que puede pasarle a Joe en la calle. Pero empieza a darse cuenta de que no quiere eso para su hermano pequeño. El libro trata también del ciclo de la violencia: en el fondo, todo el mundo quiere romperlo, no seguir en lo mismo… pero no saben cómo. Pat lo rompe. El chico más temido del barrio, desde la cárcel, muestra compasión por su hermano y lo libera de ese círculo maldito. En el fondo, trata sobre la compasión. Las pandillas necesitan reclutar nuevos miembros, si no, desaparecen, y los mayores atraen a los más jóvenes, por eso continúan existiendo. A través de esa carta me gustaría abrir una posibilidad de cambio para romper el ciclo de violencia.

«Esta es la historia de un padre que no es perfecto, con muchos problemas y dilemas, pero que lucha por ser un buen padre»

Entre todos los personajes de tu novela, ¿cuál te inspira más amor?

El padre, sin duda. Cuando empecé a escribir el libro me di cuenta de que estaba escribiendo una historia sobre un padre, un padre que no era perfecto, con muchos problemas y dilemas, pero que luchaba mucho por ser un buen padre. Y le costó años entender, cambiar y superarse. Quería contar la historia de ese progreso, cómo evolucionaba a la par que sus hijos crecían. Sentí que ésa era la historia más importante dentro del libro.

Tu propio padre tiene una historia de novela. Fue el líder de una pandilla muy temida en Chicago, aunque luego se salió. ¿Cómo consiguió escapar de ello y formar una familia?

No escapó, y eso es extraño. Se quedó viviendo en el mismo barrio en donde él había peleado tanto de joven y había atacado de forma brutal a otras personas. Pudo seguir mirando a la cara de la gente, y si hablaban mal de él no le importaba, estaba demasiado ocupado trabajando para alimentar a sus seis hijos. Poco a poco fue cambiando, en la medida en que amaba a sus hijos, su determinación por tener una familia honorable lo fue transformando, pero huyó de su pasado.

¿Y qué personaje se te ha resistido más a la hora de darle vida?

Quizás el hermano policía, porque ser policía es un trabajo muy duro, están tan torturados por su trabajo, les cuesta desconectar de esa relación antagonista con el mundo. Tenía que demostrar que estaba en lo cierto, porque la policía conoce qué pasa en una ciudad mejor que nadie, y suelen tender a odiar la ciudad donde viven porque la conocen muy bien. Su punto de vista es muy valioso, aunque sea incómodo. Si quieres conocer bien una ciudad, debes conocer el punto de vista de quienes más la odian, porque probablemente la conocen muy bien.

¿Qué has aprendido en tu época como pandillero en las peleas callejeras, y que ahora te puede servir cuando corres los encierros con los toros?

¡Ahhh… buena pregunta! Podría hablar largo y tendido sobre esto. Lo primero que me viene a la mente es que en una pelea callejera debes estar muy presente en ese momento, no te puedes despistar ni perder detalle de lo que ocurre a tu alrededor porque te pueden hacer daño. En el encierro con los toros es lo mismo, debes estar muy atento a lo que sucede delante tuya, detrás, a los lados… si alguien se ha resbalado, porque eso puede significar que otros se caigan, que tú tropieces y también caigas… y entonces tengas que saltar: además, los animales llegan por detrás, los tienes que oír, saber si han enganchado a alguien, observar sus gestos, prever qué harán… Es muy difícil aprender todo esto, yo sigo aprendiendo cada vez que corro.

«Confié demasiado en los demás corredores,

creí que todos estaban ocupándose de que el toro volviera a la manada,

pero me equivoqué»

Este año te pilló el toro. ¿Te perdiste algún detalle?

En parte, una de las razones por las que me pilló el toro es porque confié demasiado en los demás corredores, confié en que todo el mundo estaba en lo mismo, ocupándonos del toro que andaba suelto de la manada para conducirlo hacia el callejón, pero me equivoqué. Había gente que no se movía, que se quedó quieta. Aprendí que no puedes confiar, lo mismo que en la calle.

Primera parte (de tres). Leer segunda parte.

Letras de Itxaso Recondo y fotografía de Mikel Ciáurriz.

Imagen Javier Martínez de la Puente

“Ha habido mucho rock&roll en la Cuesta”

Imagen, Javier Martínez de la Puente

Carmelo Buttini, un pura raza del encierro, corre todos los días desde hace 34 años.

Le llamaban el Marqués de la Estafeta pero su título corre peligro porque desde hace cuatro años se ha cambiado de tramo en el encierro. Ahora experimenta en la Cuesta de Santo Domingo esa tensión que tanto le ‘pone’. Carmelo Buttini (Pamplona, 1967) es un sanferminero denominación de origen, lo que aquí llamamos con cariño ‘un enfermo de los encierros’.

A los 12 años ya empezó corriendo el encierro tkiki y en su currículum figuran cientos de encierros durante 34 años. No se pierde ni uno de los de Pamplona, “la Champions”, pero también corre en Tafalla, Sangüesa, Castellón, Alquerías, Vall d’Usó, Almazora… Me he acercado a su librería, La Casa del Libro, un establecimiento emblemático situado en el centro de la calle Estafeta. Quiero conocer de primera mano cómo es el ‘oficio’ de corredor del encierro.

¿Tiene algún libro en inglés?, pregunta una descomunal rubia con acento extranjero. Carmelo me propone que hablemos mientras atiende pero en un minuto aquello se llena de gente en busca de la prensa del día y nos vamos a un rinconcito más tranquilo, entre estanterías con libros. Son las 11 de la mañana, Carmelo acaba de almorzar con sus compañeros de encierro. Pero yo sé que lleva muchas horas despierto.

¿Cómo es un día de Sanfermines para ti?
Vengo a las 4 de la mañana a trabajar. Reparto la prensa por esta zona del casco antiguo. A esas horas está esto lleno de gente. Termino a las 6, vengo a la librería, y me cambio de ropa aunque vaya de blanco: me pongo una camisa blanca de manga larga, que me remango un poco, un pantalón blanco y las zapatillas de correr el encierro. Sin pañuelo ni faja. A las 6:45 ya estoy en la Cuesta de Santo Domingo preparado para el encierro. Corro y vuelvo al trabajo, para hacer el segundo reparto, y cuando lo termino, hacia las 10, me voy a almorzar con mis amigos.

¿Cuántas camisas tienes para correr el encierro?
Cuatro, dos con el escudo de San Fermín bordado y otras dos con el de la peña Anaitasuna. El pañuelo también es del Anaitasuna, y me gusta llevarlo bien colocado. Cuando termino de correr, vengo a la tienda, me cambio y si he hecho una buena carrera, al día siguiente repito el mismo atuendo, si no, me pongo otra camisa y otro pantalón.

Cuéntanos cómo has vivido el encierro de esta mañana.
Los toros han subido bien, derrotando, pero se ha podido correr, no ha habido mucho rock and roll como estos días atrás. Han pasado cerquita… Yo corro donde el muro y, por mucho que te apartes, siempre te pasan. Tienes que vigilarlos porque sólo tienes dos opciones: quedarte de pie o, cuando vienen pegados a la pared, tirarte al suelo, que te pasen por encima y acabar con algún golpe o heridas. Yo estoy muy marcado, ¿ves? (Me enseña una cicatriz de unos 25 cm. en su brazo). Es lo que hay.

¿Te han pillado muchas veces?
Lo que se dice pillar, una vez, en Tafalla, hace años.

¿Conoces a Bill Hillmann, el americano que fue corneado en estas fiestas?
Los que corremos en la cuesta nos conocemos todos. Entre los heridos de este año conozco a Bill, también a Mariano, que fue cogido en la cuesta, y al que se rompió la cadera también.

¿Hay una especial camaradería entre vosotros?
Sí. Los que vienen de fuera normalmente suelen correr en la calle Estafeta, así que al final en Santo Domingo, los cincuenta o sesenta que corremos allí nos conocemos de toda la vida. También los voluntarios de la Cruz Roja en ese tramo –entre ellos, dos veteranos corredores, Josetxo y Antonio– saben quiénes somos cada uno y si ocurre algo enseguida nos enteramos de quién se trata.

¿Qué hace especial el tramo de Santo Domingo?
Hay un silencio muy bonito, que en Estafeta no se da, y que crea una tensión difícil de explicar.

Desde que llegas, a las 6:45, hasta las 8, ¿qué haces allí?
Siempre voy con mi colega ‘el Bou’, un amigo catalán con el que paso todas las fiestas. Lo llamo ‘el Bou Adarra’ (‘bou’ significa toro en catalán y ‘adarra’, viejo en euskera), es decir, ‘toro viejo’. Si hay poca gente, subimos y bajamos. Si no, nos quedamos abajo del todo e intentamos rascar la pared para mimetizarnos en el ambiente.

¿Sueles tener nervios antes de correr?
Siempre, y si no los tengo, mala señal. No es pánico, sino un miedo controlado. Cuando terminas la carrera te abrazas a los compañeros. Si ha ido bien y un compañero ha caído, intentas hacer un cordón alrededor para evitar que los mansos lo pisen mientras llegan los de urgencias… Es muy bonito.

Has corrido tantos encierros pero ¿cada día es diferente?
Sí, todos los encierros son especiales. La tensión que se vive en Santo Domingo es una pasada. El frío que sientes… no sé si debido a la hora temprana o fruto de los nervios. A mí me dicen que durante esa hora antes del encierro, me cambia la cara, que se me pone blanca y rígida, cuando yo suele sonreír y bromear mucho.

¿Cómo habéis vivido el encierro de hoy?
Nos hemos reído en la cuesta porque ha ido tranquilo, después de todos estos días que los toros nos han dado estopa. Solemos decir “hoy tenemos rock and roll”, cuando corres con un toro a cada lado.

Y la víspera del encierro, ¿te preparas de algún modo?
No suelo cenar y al día siguiente no desayuno ni tomo nada, ni siquiera agua, hasta que no pasa el encierro. En el 2008 un toro me corneó el ano y me atravesó la vejiga: gracias a que no había bebido nada, la vejiga estaba comprimida y no explotó. Me libré de chiripa de llevar una bolsa para siempre. La doctora que me operó me lo explicó y desde entonces sigo esa rutina. Ah, y voy al baño varias veces… Un amigo mío suele decir “Carmelo está en el baño, cumpliendo la tradición”.

¿Qué es eso tan fuerte que sientes durante la carrera?
Es algo indescriptible, como un subidón. Al principio, siento miedo, porque en la cuesta ves la línea de salida y el cohete cuando lo tiran. Estamos saltando, y ahí todo el mundo grita “venga, venga, vamos, a correr”. Los corredores más altos avisan “toro por la derecha, toro por la izquierda”. Y si ves que dos compañeros tuyos con experiencia se tiran al suelo, malo, significa que el toro va raspando. Entonces te tiras al suelo y esperas a que te pasen por encima.

¿Consigues oír esas voces?
Ya lo creo, puedes oír a tus 50 compañeros en cuanto prenden la mecha.

¿Hay alguna mujer entre vosotros?
Sí que las hay, pero no son de Pamplona, alguna americana… Isabel Solefont es una joven que a veces corre en la cuesta, su padre también es corredor, creo que son de Barcelona, es una chica morena, delgadita… corre muy bien. Yo admiro mucho a las mujeres que corren el encierro, sobre todo en ese tramo.

Y a los toros, ¿se les oye bramar?
Se oye de todo, sus bramidos, los cencerros, las pisadas… podría parecer que son elefantes. Hoy nos hemos apartado y aún así han pasado casi rozándonos. En caso de peligro, a mí me gusta tirarme al suelo, porque si vas muy apurado te puede arrastrar hasta el ayuntamiento colgando de los cuernos.

Superado el momento de tensión, ¿qué hacéis?
Primero te abrazas a tus compañeros y sientes mucha alegría. Después, noto que se me “cae” le estómago y siento un hambre feroz.

¿Se nota diferencia al correr en distintos tramos?
Mucha, porque el pavimento cambia. En Estafeta tenemos adoquín mientras que en la cuesta es casi asfalto, y resbala.

¿A qué corredores admiras por su estilo al correr?
Del encierro de Pamplona me gustan muchos, como Dani Oteiza, Pitu (Fermín Barón), Belloso, Patxi Ciganda… Son muy buenos.

¿Qué destacarías en ellos?
Las piernas que tienen, se pegan unos carrerones… Ahora está entrando gente joven muy buena, algunos son hijos de estos veteranos. Pero hay algunos de bastante edad. Antesdeayer se retiró uno con setenta y cinco años, que ha corrido toda la vida, pero tras el encierro de ayer, en el que hubo zapatilla y la gente volaba por los aires, decidió dejarlo. Hay gente con sesenta y tantos años que todavía corre muy bien.

¿Ha cambiado algo con la nueva línea roja?
Sí, abajo ha cambiado la forma de correr con la famosa línea roja que han pintado este año. La gente no baja y entones los toros tienen más visión y suben derrotando, abiertos, no en embudo como sucedía antes. Ojalá me equivoque, pero me temo que habrá más de un disgusto en la cuesta.

¿Se debería controlar el número de gente?
No, que corra quien quiera, siempre que respete las reglas. Hay que multar al que agarra al toro, al que pega un codazo, al que va con chancletas, con mochila… Pero no puedes limitarlo. Me fastidiaría que no me dejaran correr en otros sitios.

De pronto me doy cuenta de que no estoy en la Cuesta de Santo Domingo sino en la Casa del Libro. Carmelo me ha hipnotizado con sus vivencias sanfermineras. Su agenda sigue repleta: después de cerrar la librería, come con 80 personas que han venido desde Castellón. “Ellos nos tratan fenomenal allí y nos gusta agasajarles como merecen”. Luego irá a los toros, con su inseparable amigo, ‘el Bou’, y la peña Anaitasuna. Esta tarde le tocan palos, esto es, levantar la pancarta, y mañana de madrugada servirá bebidas en la peña. Así que el último encierro, con los temidos Miura, lo correrá con el cuerpo agotado. Pero él es incombustible y, salvo la hora antes de correr, seguirá sonriendo.

Que la lluvia nos pille bailando

Una semana antes de que empiece Sanfermin, el tiempo es el tema principal de conversación en Pamplona: – ¿Lloverá?; ¿Nos helaremos de frío?; ¡Tanto calor como el año pasado no, por favor! Por eso, las predicciones online son nuestro mejor aliado los días previos a Sanfermin. Las miramos cada cinco minutos, no vaya a ser que en vez de 75% de lluvia, ahora ponga 76,5% y nos amarguemos para el resto del día. La cosa es quejarse.

Pero cuando llega el momento y ves en tu móvil (ese aparato en el que las predicciones del tiempo son tan fiables que a ninguno de tus amigos le aparece lo mismo que a ti), que el tiempo ha cambiado a peor porque antes aparecían dos nubes y una gota, y ahora una nube y tres gotas, te resignas, y sueltas el mantra pamplonica de: “Qué esperabas, esto es Pamplona”. Seamos claros, nunca vas a dejar de salir aunque llueva, granice y haya que ir remando por la ciudad. Sanfermin es una vez al año, y cuando llega, el tiempo pasa a ser secundario.

Y llegó el 6 de julio, y a todos nos dio igual el mal tiempo. Los bares tenían los toldos sacados, y los almuerzos fueron como cada año en las terrazas. Las chicas llevaban el pañuelo atado a la cabeza, cual campesinas, y los más precavidos se sacaron el paraguas. Pero a la mayoría lo que le apetecía era disfrutar de la fiesta, y la lluvia pasó a un segundo plano cuando la sangría, el champán, el vino y la cerveza eran los únicos líquidos que caían del cielo. Y por supuesto, tras el Txupinazo, la tradición de pedir agua en los balcones continuó como cada año, y con más razón.

No mojarse y poder estar seco no ha sido opción estos Sanfermines. Ha llovido prácticamente los 9 días, a excepción del día 13 de julio, que ha sido el único con calor y buen tiempo. Pero la juerga, desde luego, ha sido la misma. Los gigantes y la Comparsa han hecho su recorrido igual, las charangas no han dejado de tocar, los vendedores de gafas tan típicos de las fiestas te ofrecían paraguas si te veían con todo el brazo lleno de sus pulseras y anillos discotequeros, de todas los días anteriores.

En las corridas, los sombreros de goma con forma de toro han sido el paraguas improvisado de la zona de sol. En Labrit, las tres carpas acogían a todo aquel que se apretujase debajo de ellas, siendo el único cobijo a un kilómetro a la redonda… Pero ¿quién necesita porches teniendo un paraguas portátil de colores atado alrededor de la cabeza?

Bailar bajo la lluvia ha hecho de la juerga de este año un momento más para pasarlo bien y no dejar nunca de disfrutar de Sanfermin. Así que, para el próximo año, ya sabéis que decir si el tiempo no acompaña: “Que la lluvia nos pille bailando”.

Sólo se vive una vez

Robert ha venido a Pamplona desde New York. A las 6:30 de la mañana acude puntual con sus amigos a la cita para ver el encierro. Quiere correr un tramo, el que va del Ayuntamiento hasta la temida curva de Mercaderes. Está muy excitado porque es su primera vez. Viste de blanco impoluto, pañuelo rojo al cuello y faja en la cintura. Él esperará hasta las 8 en la calle mientras su gente lo observa, y lo graba en video, desde un primer balcón en la calle Mercaderes. Le deseamos muy buena suerte y, aunque practica kick-boxing, le advertimos del peligro.

Rafa vive en el piso desde el que vamos a disfrutar hoy del encierro. Trabaja en Cruz Roja Internacional pero estos días se ha quedado en Pamplona y a las 7 se va a la calle con los de emergencias. Desde el amplio salón asoman cuatro balcones a la calle Mercaderes. Una máquina de escribir antigua me lleva a preguntarle si es alguna reliquia literaria: «Era del maestro Turrillas», me cuenta; fue uno de los más conocidos autores de música para banda en Navarra y sus notas suenan estos días a todas horas.

Muchos visitantes quieren saborear lo mejor de la Fiesta en dos o tres días. Y en ese menú el plato fuerte consiste en ver el encierro desde un buen balcón. Primero les explican la historia y los datos esenciales en inglés, francés, alemán, euskera o castellano. Algunos ya vienen muy informados, sobre todo los estadounidenses, otros no saben ni cuántos toros corren… ¡ni en qué dirección! Este año reciben alrededor de mil personas –entre ellos 200 españoles– de 34 nacionalidades de lo más variopinto: rusos, chinos, japoneses, americanos (del norte, del centro y del sur), australianos, portugueses, franceses, italianos, suecos, alemanes… y por supuesto españoles de todos los puntos.

«Sólo se vive una vez». Así se titula la película de Bollywood más taquillera de la historia en India y que ha motivado a una pareja hindú, Nikita y Chandra, para venir a los Sanfermines. Vieron las escenas rodadas en nuestras fiestas de Pamplona, en la tomatina de Buñol, en Andalucía… y quisieron hacer juntos el mismo periplo. Han alquilado este balcón para ver el encierro pero no quieren ir a la corrida de toros por la tarde porque les daría mucha pena verlos morir. ¿Se nos nota que somos indios?, me preguntan con ese divertido acento que tienen hablando inglés. Les respondo con el gesto típico indio, inclinando la cabeza a un lado y otro que para ellos significa «afirmativo» y aquí más bien nos sugiere «quizás».

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Los balcones se transforman en una divertida asamblea de Naciones Unidas en donde todos visten parecido y buscan lo mismo: vivir la fiesta. El momento de abrir los balcones para asomarse es, sin duda, todo un festín. Abajo en la calle los mozos se arriman entre ellos dándose ánimo y calor antes de la carrera. La luz de la mañana embellece la imagen cenital de un tramo del recorrido. Se puede palpar la emoción en todas partes. La Policía Municipal despeja la zona de ‘perjudicados’ por el alcohol y los equipos de Cruz Roja toman posiciones.

Pedro soñaba con este día desde hace 20 años. Nació en Lisboa, donde vive, y desde pequeño ha escuchado hablar de toros, encierros, capeas, ganaderías… y pronto supo que en Pamplona se celebra el encierro más singular del mundo. Se conoce al dedillo todo lo que sucede aquí porque le apasiona. Desde que existe Internet, devora toda la información que pesca. Sabe incluso el nombre de la carpintería que monta el vallado, Pascual, o el de algún pastor, como Mikel Reta.

La página de sanfermin.com, junto con la de especial Sanfermines de TVE, son las favoritas de Pedro. Lo ha leído y visto todo. Este año, descubrió que, además de información, podía contratar una visita que incluía ver el encierro desde un balcón, desayunar después en el Nuevo Casino Principal, ir a una corrida de toros, ver los fuegos cenando con más gente, una visita guiada, elegir hotel… Se montó un viaje con los servicios que más le apetecían y sorprendió a Marina, su mujer, con una escapada de 4 días a la capital de la Fiesta. Sus ojillos alegres hablan por sí solos: está felicísimo en Pamplona, pregunta muchos detalles, aprecia el trato personal que están recibiendo y, la verdad, dan ganas de pedirle a este ingeniero civil, ‘tocado’ hasta la médula por nuestro encierro, que escriba un libro con todo lo que sabe.

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Pero el caso de Pedro es una excepción. Son muchas las preguntas que los turistas hacen a los guías cuando van a ver el encierro desde un balcón. ¿Pueden correr las mujeres? ¿Dónde hay que inscribirse y cuánto cuesta? ¿Liman los cuernos a los toros? ¿Tú has corrido alguna vez? Suceden mil anécdotas: el que se ha quedado dormido en un sofá antes del encierro, quien ha sentido el fogonazo de bajar a correrlo en el último momento, o quien subiendo las escaleras del piso se pone una camiseta especial solo para verlo…

Hay Sanfermines para todos los gustos y edades. Para sorpresa de muchas familias, como ésta de Toledo, la juerga, el alcohol y los toros son solo parte de la Fiesta. Han venido los cuatro y se lo pasan pipa de día: ayer estuvieron en la Plaza de Toros viendo el final del encierro y hoy lo hacen desde un balcón. Luego irán a desayunar los tradicionales churros con chocolate en la calle Mañueta, buscarán a los Gigantes, bailarán con las txarangas en la calle… Las dos hijas, una de 14 años y la otra de 17, ya están planeando volver, en cuanto crezcan un poco, con su cuadrilla de amigos. Han dormido poco, lo habitual estos días, pero les ha compensado el madrugón.

Desde Calamocha, Teruel, han venido cinco empleados de Prefabricados Francisco Hernández. Esta empresa hizo el encofrado del ‘hotelito’ donde se hospedan los toros en Sanfermines, los Corralillos del Gas. Uno de ellos nos cuenta que cuando los pastores y los mayorales vieron la altura de la pared, se quedaron espantados: los toros podían verlos cuando pasaban y eso supone un gran peligro. Tenía fácil remedio y se añadió un remate de metal. El exterior de los corralillos luce unas pinturas en rojo y negro por recomendación de estos mismos encofradores. Por todo ello, sienten un poco suyo el hotelito toruno y este año la empresa les ha regalado un fin de semana sanferminero para descomprimir las neuronas o para inspirarse, según se mire.

¿Dónde está Robert, el boxeador neoyorquino? Suenan los tres cohetes, todo va muy rápido, la manada de toros y mozos atraviesa nuestra calle, algunos resbalan, otros son arrollados por los cabestros… y conseguimos ver a Robert correr como un jabato… hasta que tropieza, cae y se levanta en dos segundos. Un pequeño susto, la camiseta sucia, un golpe en la rodilla que le hace cojear, y poco más, bueno sí, algo más importante: el gesto de satisfacción en su cara. Lo saludamos desde el balcón y sube para celebrarlo y ver por televisión la increíble carrera en la que ha conseguido acercarse a los toros. Y ahí aparece Robert, en la pantalla, entre decenas de corredores.

Fotos: Ignacio Rubio/Javier Martínez de la Puente