(Segunda parte, de tres) Ver primera parte.
Letras de Itxaso Recondo y fotografía de Mikel Ciáurriz.
Bill Hillmann acaba de regresar del Brooklyn Book Festival, el mayor evento literario público de Nueva York, en donde ha presentado con éxito su novela “The Old Neighborhood”, un retrato de las pandillas callejeras de Chicago. El libro ha sido elegido por el Chicago Sun Times como el mejor libro publicado en 2014, y la prestigiosa Library Journal lo ha seleccionado entre los 30 mejores libros de editoriales independientes. Pero antes de ser escritor, Hillmann descubrió el boxeo, “un arte muy bello” como él lo llama, en el que llegó bastante lejos con los Chicago Golden Gloves. Ya no boxea, pero ese aprendizaje le sirve para correr los encierros.
Durante diez años fuiste boxeador profesional, en 2002 llegaste a campeón del Chicago Golden Gloves. ¿Cómo aprendiste a canalizar tu espíritu combativo de un modo no violento?
El boxeo es un arte, un arte muy bello. Puedes boxear como Mozart, como Picasso, como un bailarín de ballet… en cualquier momento te puede sorprender la belleza de ese momento. Por supuesto, tienes que partir de que sientas dentro de ti una fuerza con cierta furia, pero que si no la controlas alguien que lo vea te puede derrotar en un segundo. Porque cuando estás muy enfadado no puedes ver nada. En el boxeo aprendes rápido que pelear con rabia te hace muy frágil. Utilizarán tu agresividad para hacerte daño. El boxeo no es una pelea, sino una partida de ajedrez. Y debe boxear con tu cabeza.
¿Crees que algo así sucede corriendo en el encierro delante de los toros?
Sí, exacto. Sobre todo ocurre con el animal. Porque el animal es muy instintivo. Y correr consiste en dominar ese miedo, seducir al animal para decirle que no hay nada contra lo que luchar, que sólo quieres correr con él, que no le vas a hacer daño, que lo único que debe hacer es ir con sus hermanos de manada. Tú puedes usar su furia como una energía para avanzar en la calle. Eso es lo que intentaba hacer antes de que el toro me pillara, atraerlo, seducirlo y calmarlo para que siguiera su carrera. De eso va el arte de correr el encierro. Coger el miedo, la furia y la confusión de los animales, seducirlos, calmarlos, y enseñarles que lo único que hay que hacer es correr por esa calle. Eso es todo. No hay razón para pararse ni atacar. Simplemente, ¡vamos!
En la primera entrevista dijiste que ya no boxeas porque te obsesionas con ello. ¿Todavía sientes esa pulsión por pelear?
Siempre he vivido con un fuerte sentimiento de pelea y me lo he trabajado. En parte, por eso me gustan tanto los toros, porque en su fiereza puedo ver la mía, esa parte animal, y sé que es muy potente en mí. Me he peleado con mucha gente en mi época de pandillas callejeras, y lo lamento mucho. Al mismo tiempo, sé que casi nunca está justificado pelear, e incluso puedes evitarlo no acudiendo a lugares peligrosos. Por eso siempre intento aplacar esa furia interior mía. “No tienes que pelear con nadie”, me digo a menudo, incluso cuando alguien me ataca diciéndome algo provocador, no tiene sentido, a no ser que sea para defender a alguien o en defensa propia. No quiero hacer daño a nadie.
¿En qué momento de tu vida sentiste la necesidad de salir de la calle?
Cuando descubrí el boxeo, eso cambió mi vida de forma radical. El hombre que me enseñó a boxear, un cura cristiano, el padre Peter, era un tipo fuerte. Yo era un niño rabioso que creía que podía pelear con cualquiera… Y me di cuenta de que podía pelear, pero no boxear, porque no sabía nada. Él intuía cómo yo me sentía y el primer día que boxeamos me dio 30 ‘jabs’, son golpes de gancho muy básicos que los puedes aguantar, y me arrinconó desde el primero. Le dije: “¿Cómo lo haces?”. Y me empezó a enseñar desde lo más básico. Así empecé.
Pasaste de la calle al ring, y luego llegaste a ser campeón de boxeo.
Me hice muy bueno en el boxeo, a la gente le gustaba, era un deporte, un arte que me permitió volver al lado positivo. Cuando por fin sentí que podía controlar mi furia y canalizarla mediante golpes perfectos, y la gente normal y buena me aclamaba por ello (no como en la calle), aquello me hizo volver a relacionarme con la gente buena de mi barrio.
¿Te resultó fácil aprender el arte del boxeo?
Sí, porque me enganchó desde el mismo día en que el padre Peter me tumbó. Me lo tomé como una profesión, aprendí todo lo que pude, y siempre me parecía poco. El padre Peter era también mi profesor de historia en el colegio, el mejor que he tenido en toda mi vida, él conseguía que me interesara en temas que nunca me habían importado lo más mínimo. Me metió el gusanillo. Un día me dijo: “Si estudias duro para este examen, conseguirás una ‘A’”. Nunca había conseguido una ‘A’ en nada. Me lo propuse, y saqué una ‘B’. Para el siguiente estudié más y obtuve una ‘A’.
Entonces, ¿experimentaste un cambio radical, como le ocurre al protagonista de tu novela, Joe Walsh?
Algo parecido, sí. Poco a poco empecé a mejorar resultados en los estudios y a pensar en ir al ‘college’… De pronto me interesaban la física, los átomos, la cuántica, y otras cuestiones. Mi mente empezó a abrirse. Mi pasado seguía pesándome mucho, porque mi hermano seguía en la cárcel, y sentía todavía mucha rabia, pero empecé a hacer fotografías, en la clase de arte me animaron, y todos esos sentimientos de amargura, rabia, enfado, tristeza, pude volcarlos en hacer algo positivo. Le debo mucho al padre Peter.
El barrio de Chicago donde tú creciste, ¿se parece al que describes en tu novela?
Me he inspirado mucho en él, el Far North Side, sí, era un sitio precioso lleno de vida y carácter. Nunca entendí la lucha entre razas porque mi familia era una mezcla: mis dos hermanas son negras, fueron adoptadas, y para mí no había diferencia entre mis tres hermanos de sangre, blancos, y ellas. Fui muy afortunado de crecer en ese entorno, un mundo multirracial con vecinos negros, filipinos, mejicanos, rumanos, asirios, irlandeses, italianos… cualquier raza cabía allí. Mirando hacia atrás me doy cuenta de que fui un privilegiado, y a veces echo en falta esa experiencia.
Tú has nacido en Chicago y vives allí. ¿Sigue habiendo ese clima de violencia callejera que nos pintan las películas?
Las películas están basadas en la realidad, desde luego. Chicago es la tercera ciudad más grande de Estados Unidos. El crimen en Los Ángeles y en Nueva York ha descendido drásticamente; en Chicago también, pero en menor escala. Creo que una de las razones es porque hay una gran segregación en Chicago, los barrios están muy segregados, grandes partes de la ciudad son negras, portorriqueñas, mejicanas… Allí no se da esa mezcla que tú ves en Nueva York, por ejemplo, esa gran diversidad y esa apertura para que los jóvenes profesionales de cualquier origen puedan progresar.
Las guerras entre pandillas legendarias, ¿continúan activas?
Muchas de las pandillas callejeras, de las bandas que nacieron en los 60, siguen existiendo en Chicago. La guerra entre los Black Stones y los Gangster Disciples lleva viva desde hace 50 o 60 años; y entre los Spanish Cobras y los Latin Kings… Y no parece que vayan a parar. Las bandas callejeras modernas nacieron en el sur y en el oeste de Chicago. Ese legado es muy poderoso. El principal problema es que en Chicago hay áreas extremadamente pobres aún hoy, donde hay mucha desesperanza, y en ellas perviven las luchas entre barrios. No ha cambiado mucho.
Quieres decir que esas familias han vivido durante generaciones allí, en medio de esas guerras callejeras.
Sí, las mismas familias han vivido en esos barrios por muchos años. Hay mucho dolor viejo acumulado. Tíos, padres, abuelos, hermanos, han sido asesinados así que es duro para un niño que crece allí no caer en esas peleas. Crecen rodeados de violencia, están enfadados, y cuando son adolescentes devuelven ese dolor, porque ya han perdido a un ser querido. Son viejas historias y nada está cambiando. Incluso se ha hecho más complejo en estos últimos años. La vieja guerra no ha terminado. El crimen se ha reducido a la mitad en Chicago, pero todavía se dan cientos de asesinatos cada año, el doble que en Nueva York que, sin embargo, es dos veces más grande que Chicago. Por eso es tan dramático.
Ese es el lado oscuro de Chicago. ¿Y cuál es la cara luminosa de esa ciudad tan retratada en las películas de gangsters?
Los deportes, sin duda, y los movimientos artísticos y culturales. Tenemos una gran tradición de béisbol en Chicago, con dos grandes equipos, pocas ciudades pueden ostentar de ello. Y luego están los Chicago Bulls, que han sido legendarios en el baloncesto, Michael Jordan los llevó a lo más alto. Cualquier deporte ha dado muy buenos equipos en Chicago. Por otro lado, el arte y la cultura, que son fantásticos. El teatro, por ejemplo, es todo un fenómeno allí, tenemos dos de los mejores teatros del país. También el movimiento contracultural es muy potente. Muchos jóvenes viven en edificios abandonados y hacen unas pinturas muy extrañas y también música. Me divierte mucho todo ese caldo cultural en el que yo he crecido también.
• Próximo día, la tercera y última parte: su pasión por correr el encierro
Letras de Itxaso Recondo y fotografía de Mikel Ciáurriz.