«Me muero de miedo»

Los encierros de Pamplona dejan siempre imágenes electrizantes. Los toros corren tan rápido que es un visto y no visto. Pero el encierro comienza bastante antes de las 8 de la mañana. Los minutos previos al comienzo de la carrera, los corredores y corredoras –que aunque muchas menos, las hay– se agrupan en una especie de manada humanoide para darse ánimo, calor, abrazos. Saben que se juegan mucho en unos segundos.

Si ves el encierro desde un balcón bien situado, a poco que observes percibirás que algo importante está a punto de suceder. Las caras de los corredores que saben de qué va la fiesta hablan solas. En silencio. Se miran. Se buscan. Como los buenos amigos. En esos 30 minutos de espera, la camaradería se impone. Y si pudiéramos filmar todo lo que pasa por sus cabezas, fliparíamos.

Sin embargo, los 875 metros del encierro comprenden tramos que escapan a la vista desde un balcón. Ocurre, por ejemplo, en el callejón que escupe a toros, mansos y corredores a la Plaza de Toros, ya casi en el final. Allí son los fotógrafos y los cámaras de televisión quienes ven por nosotros.

Hoy 7 de julio corrían los temidos toros de la ganadería extremeña Jandilla. Unos bestias con alas. Me recordaban a los velocistas de los cien metros, como el jamaicano Usain Bolt. Han corrido sin entretenerse, seguros, directos, lanzados. Con algún que otro momento de miedo pero sin grandes sobresaltos. Y al igual que cada año, a los pocos minutos de terminar lo hemos contado en imágenes.

En un rápido vistazo al resumen fotográfico del encierro, uno siempre busca los cuernos cerca de algún corredor, la vuelta por los aires, el quiebro, las caras de susto… Y se nos escurren los pequeños detalles.

A mí hoy me ha atrapado esta corredora, la de la foto, que en medio del callejón chorreado de sol se lleva las manos a la cabeza, y se encoge como una croqueta temiendo lo peor. Los demás siguen, ella se para. ¿Qué ha pasado? ¿El miedo la ha paralizado? ¿Cuántas pulsaciones tiene en esos segundos? ¿Es suyo el pañuelo bajo sus pies? ¿Es su primera vez? ¿Sabía de qué va la fiesta?

Como tantas preguntas, se quedarán en el aire, o en el ruedo. Imposible dar con ella entre la marabunta de gente. El pintor Antonio Eslava interpreta el encierro como una danza. Ancestral. Y contemporánea. Bella. Poética.

La postura y el gesto de esta chica podrían inspirar una coreografía. Aunque aquí en este caso no es imaginaria. Oigo su voz en mi cabeza: «Me muero de miedo. ¡No puedo más!». Y cuando parece que llega el final, el toro ha pasado sin ver que estabas ahí, acojonada.