Robert ha venido a Pamplona desde New York. A las 6:30 de la mañana acude puntual con sus amigos a la cita para ver el encierro. Quiere correr un tramo, el que va del Ayuntamiento hasta la temida curva de Mercaderes. Está muy excitado porque es su primera vez. Viste de blanco impoluto, pañuelo rojo al cuello y faja en la cintura. Él esperará hasta las 8 en la calle mientras su gente lo observa, y lo graba en video, desde un primer balcón en la calle Mercaderes. Le deseamos muy buena suerte y, aunque practica kick-boxing, le advertimos del peligro.
Rafa vive en el piso desde el que vamos a disfrutar hoy del encierro. Trabaja en Cruz Roja Internacional pero estos días se ha quedado en Pamplona y a las 7 se va a la calle con los de emergencias. Desde el amplio salón asoman cuatro balcones a la calle Mercaderes. Una máquina de escribir antigua me lleva a preguntarle si es alguna reliquia literaria: «Era del maestro Turrillas», me cuenta; fue uno de los más conocidos autores de música para banda en Navarra y sus notas suenan estos días a todas horas.
Muchos visitantes quieren saborear lo mejor de la Fiesta en dos o tres días. Y en ese menú el plato fuerte consiste en ver el encierro desde un buen balcón. Primero les explican la historia y los datos esenciales en inglés, francés, alemán, euskera o castellano. Algunos ya vienen muy informados, sobre todo los estadounidenses, otros no saben ni cuántos toros corren… ¡ni en qué dirección! Este año reciben alrededor de mil personas –entre ellos 200 españoles– de 34 nacionalidades de lo más variopinto: rusos, chinos, japoneses, americanos (del norte, del centro y del sur), australianos, portugueses, franceses, italianos, suecos, alemanes… y por supuesto españoles de todos los puntos.
«Sólo se vive una vez». Así se titula la película de Bollywood más taquillera de la historia en India y que ha motivado a una pareja hindú, Nikita y Chandra, para venir a los Sanfermines. Vieron las escenas rodadas en nuestras fiestas de Pamplona, en la tomatina de Buñol, en Andalucía… y quisieron hacer juntos el mismo periplo. Han alquilado este balcón para ver el encierro pero no quieren ir a la corrida de toros por la tarde porque les daría mucha pena verlos morir. ¿Se nos nota que somos indios?, me preguntan con ese divertido acento que tienen hablando inglés. Les respondo con el gesto típico indio, inclinando la cabeza a un lado y otro que para ellos significa «afirmativo» y aquí más bien nos sugiere «quizás».
Los balcones se transforman en una divertida asamblea de Naciones Unidas en donde todos visten parecido y buscan lo mismo: vivir la fiesta. El momento de abrir los balcones para asomarse es, sin duda, todo un festín. Abajo en la calle los mozos se arriman entre ellos dándose ánimo y calor antes de la carrera. La luz de la mañana embellece la imagen cenital de un tramo del recorrido. Se puede palpar la emoción en todas partes. La Policía Municipal despeja la zona de ‘perjudicados’ por el alcohol y los equipos de Cruz Roja toman posiciones.
Pedro soñaba con este día desde hace 20 años. Nació en Lisboa, donde vive, y desde pequeño ha escuchado hablar de toros, encierros, capeas, ganaderías… y pronto supo que en Pamplona se celebra el encierro más singular del mundo. Se conoce al dedillo todo lo que sucede aquí porque le apasiona. Desde que existe Internet, devora toda la información que pesca. Sabe incluso el nombre de la carpintería que monta el vallado, Pascual, o el de algún pastor, como Mikel Reta.
La página de sanfermin.com, junto con la de especial Sanfermines de TVE, son las favoritas de Pedro. Lo ha leído y visto todo. Este año, descubrió que, además de información, podía contratar una visita que incluía ver el encierro desde un balcón, desayunar después en el Nuevo Casino Principal, ir a una corrida de toros, ver los fuegos cenando con más gente, una visita guiada, elegir hotel… Se montó un viaje con los servicios que más le apetecían y sorprendió a Marina, su mujer, con una escapada de 4 días a la capital de la Fiesta. Sus ojillos alegres hablan por sí solos: está felicísimo en Pamplona, pregunta muchos detalles, aprecia el trato personal que están recibiendo y, la verdad, dan ganas de pedirle a este ingeniero civil, ‘tocado’ hasta la médula por nuestro encierro, que escriba un libro con todo lo que sabe.
Pero el caso de Pedro es una excepción. Son muchas las preguntas que los turistas hacen a los guías cuando van a ver el encierro desde un balcón. ¿Pueden correr las mujeres? ¿Dónde hay que inscribirse y cuánto cuesta? ¿Liman los cuernos a los toros? ¿Tú has corrido alguna vez? Suceden mil anécdotas: el que se ha quedado dormido en un sofá antes del encierro, quien ha sentido el fogonazo de bajar a correrlo en el último momento, o quien subiendo las escaleras del piso se pone una camiseta especial solo para verlo…
Hay Sanfermines para todos los gustos y edades. Para sorpresa de muchas familias, como ésta de Toledo, la juerga, el alcohol y los toros son solo parte de la Fiesta. Han venido los cuatro y se lo pasan pipa de día: ayer estuvieron en la Plaza de Toros viendo el final del encierro y hoy lo hacen desde un balcón. Luego irán a desayunar los tradicionales churros con chocolate en la calle Mañueta, buscarán a los Gigantes, bailarán con las txarangas en la calle… Las dos hijas, una de 14 años y la otra de 17, ya están planeando volver, en cuanto crezcan un poco, con su cuadrilla de amigos. Han dormido poco, lo habitual estos días, pero les ha compensado el madrugón.
Desde Calamocha, Teruel, han venido cinco empleados de Prefabricados Francisco Hernández. Esta empresa hizo el encofrado del ‘hotelito’ donde se hospedan los toros en Sanfermines, los Corralillos del Gas. Uno de ellos nos cuenta que cuando los pastores y los mayorales vieron la altura de la pared, se quedaron espantados: los toros podían verlos cuando pasaban y eso supone un gran peligro. Tenía fácil remedio y se añadió un remate de metal. El exterior de los corralillos luce unas pinturas en rojo y negro por recomendación de estos mismos encofradores. Por todo ello, sienten un poco suyo el hotelito toruno y este año la empresa les ha regalado un fin de semana sanferminero para descomprimir las neuronas o para inspirarse, según se mire.
¿Dónde está Robert, el boxeador neoyorquino? Suenan los tres cohetes, todo va muy rápido, la manada de toros y mozos atraviesa nuestra calle, algunos resbalan, otros son arrollados por los cabestros… y conseguimos ver a Robert correr como un jabato… hasta que tropieza, cae y se levanta en dos segundos. Un pequeño susto, la camiseta sucia, un golpe en la rodilla que le hace cojear, y poco más, bueno sí, algo más importante: el gesto de satisfacción en su cara. Lo saludamos desde el balcón y sube para celebrarlo y ver por televisión la increíble carrera en la que ha conseguido acercarse a los toros. Y ahí aparece Robert, en la pantalla, entre decenas de corredores.
Fotos: Ignacio Rubio/Javier Martínez de la Puente