China se asoma al balcón

Sebastian Stone sonríe que da gusto. Su nombre es latino pero sus ojos rasgados y el tono de la piel delatan su origen oriental. En realidad, procede de Taiwan, China. Repite su segunda , visita a Pamplona durante los sanfermines. Trabaja como guía turístico y reconoce que el país que más le gusta de Europa es España. «Aquí la gente es más simpática y hace mejor tiempo». Lo cuenta en un español básico. Con él viajan 25 chinos venidos de distintos puntos del planeta, de Shangai, de California, de Taiwan… Han querido conocer el Camino de Santiago.

«En verano resulta más fácil que el sur de España», explica Sebastian. Entre ellos, cuatro personas mayores, varios niños, algún joven… Su primera parada ha sido Pamplona. Han alquilado un balcón en la plaza del Ayuntamiento para disfrutar por primera vez en su vida de la magia del encierro.

Todos portan unos teléfonos móviles gigantes, la mayoría Android y de fabricación coreana. No paran de hacer fotos. Algunos son familiares entre sí. Destaca entre las mujeres una especialmente corpulenta y alta, quizás mida un metro ochenta. Explica a sus hijos en un inglés con acento americano lo que va a pasar en breve. Es de Los Ángeles, California. Pero sin duda los más curiosos son los seniors, tres señoras y un señor, con aspecto de más de setenta años. Parecen salidos de una película de culto. Geniales. Lástima que no hablen inglés ni yo chino.

Isabel, la guía local de la empresa con la que han contratado el servicio, Destino Navarra, les anima a repartirse por los distintos balcones pero el caso es que la mayoría se queda en uno, el de la esquina con la calle Mercaderes, y de ahí apenas se mueven. Algunos hablan inglés, pero no es fácil entenderlos: tienen un acento muy marcado y tras varias repeticiones de la misma frase, desisto. Toman café, comen pastas, charlotean… sin demasiado ruido. No parecen veinticinco sino una docena. Apenas gritan, se mueven sigilosos, ocupan poco espacio… Todo un contraste con el griterío que llega de la calle y la sensación que transmiten otros cuerpos.

¿Te gusta vivir en Taiwan?, le pregunto a Sebastian. «No está mal, aunque es un país demasiado pequeño», responde. Una isla de 383 km de largo casi pegada a China y con apenas 26 millones de habitantes y muchas playas. A 18 horas de vuelo haciendo escala en Tailandia. Los portugueses la llamaron Formosa (isla hermosa). Sebastian viste una camiseta rosa y pantalón vaquero. El resto de su grupo tampoco se ha disfrazado de blanco y rojo. Mañana salen para su próxima parada, San Millán de la Cogolla. Les recomiendo ir a ver los toros a los corrales del gas, pero no les queda tiempo. Me preguntan cuántos toros correrán el encierro y qué pasa luego con ellos. Alucinan al escuchar el relato en tres pinceladas.

Por fin llegan las 8, suenan los tres cohetes, todos a sus puestos de balcón con los teléfonos-cámaras. La manada de toros llega entre el tropel de mozos. Pasan tan rápido que apenas da tiempo a disfrutar de ese momento. En el piso hay un televisor encendido que retransmite el encierro. Nos arremolinamos allí. Los chinos abren tanto los ojos que recuerdan a las películas de anime (aunque sean japonesas). Aaaaaaah, uaaaaaaa, exclaman a coro. Suena con un tono de ingenuidad dulzona. ¿Qué pensarán? ¿Qué sentirán? ¿Creerán que estamos locos? Seguramente nunca había visto un toro en vivo. ¿Correrás el encierro cuando seas mayor?, le preguntan a uno de los niños. «Quizás», responde entre risas y ojoplatónico tras el espectáculo. Todos corean al pequeño oriental que habla perfecto inglés.