Versión traducida al castellano del original en inglés.
«El veneno más fuerte nunca conocido vino de la corona de laurel de César», William Blake.
«Cuando alguien canta sus propias alabanzas, siempre entona demasiado alto», Mary H. Waldrip.
«No creo en el elitismo, no creo que el público es alguien estúpido inferior a mí. Yo soy la audiencia», Quentin Tarantino.
Cada año, durante San Fermín, parece que un juguete en particular, baratija o gadget es más popular que el resto. Se pone de moda y despega como ningún otro. Hace unos años este «honor» recayó en los megáfonos portátiles que consiguieron ser tan irritantes que finalmente fueron prohibidos.
Estos megáfonos eran únicos. Lo que hicieron fue muy notable ya que permitían a la persona levantar su voz por encima del resto de la multitud; para ser escuchados, para poder expresarse. Fue verdaderamente liberador… en teoría. Realmente, el resultado fue que todo el mundo tenía mucho que decir pero nada de ello era digno de ser escuchado.
El moderno mundo tecnológico de los datos, las redes sociales y de los teléfonos inteligentes ha permitido que nuestras voces sean escuchadas en una escala más amplia y para un público mayor . Un corredor puede tuitear sus últimos pensamientos a las 07:59, grabar su encierro en una Go-Pro y, a continuación, subir el vídeo a YouTube y Facebook para una audiencia global para las 8:05.
De repente, nuestra sociedad parece exigir que seamos protagonistas de nuestro propio reality. De repente, todos tenemos que ser héroes, todos tenemos que ser famosos, todos tenemos que ser conocidos. Los encierros han sido víctimas de este mismo narcisismo de tal manera que todo el mundo quiere escribir un libro sobre su carrera, protagonizar su propia película y llegar a ser parte del culto a la celebridad del encierro.
¿Qué pasó con correr sólo por el puro placer de hacerlo? ¿No dijo Helen Keller que «La vida es una aventura atrevida, o nada»?
Nietzsche se hubiera compadecido. Como seres humanos anhelamos encontrar sentido a nuestras acciones. Nuestras mentes existenciales funcionan buscando la relación riesgo/rentabilidad por lo que si un corredor se arriesga, él quiere una recompensa a cambio. Quiere reconocimiento. Quiere afirmación y quiere ser admirado por todos sus compañeros. Esto es natural y comprensible, pero ¿Deben los corredores adoptar este rol? ¿Deben promocionarse así? o ¿Deberían alejarse de esta actitud en favor de algo más humilde, más íntimo y personal, compartiendo al final del día, algo más culto?
Muchos corredores olvidan que el encierro no es una competición. No hay trofeos, premios, puntos, ligas o campeonatos. Asignar algún tipo de clasificación o jerarquía sería arbitrario y artificial. Recuerden que un corredor que se estrena en la carrera y sin experiencia, tiene tanto derecho a estar en las calles como uno experimentado que participe desde hace muchos años. Siempre y cuando siga las reglas y tome sus propias decisiones, la verdadera competencia es contra él mismo y en soledad. En cambio, la comunidad de corredores ha evolucionado y se ha cometido el error de convertir a la gente que admira a los héroes en héroes y, a los propios héroes, en dioses.
Ahora los corredores aspiran a una serie de cosas; formar parte de la «élite» reconocida, correr sin interrupción durante décadas, conseguir la fotografía perfecta de la carrera perfecta, salir en los periódicos o destacados en televisión y que le reconozcan como gran corredor. Todas estas cosas son parte del proceso de alejarse del encierro como acontecimiento personal e individual. Sin embargo, esta es una tendencia diferente al conjunto de motivaciones egoístas donde el propio encierro se convierte en secundario por culpa de la notoriedad.
Al divinizar a las personas éstas se vuelven infalibles y cerramos nuestras mentes a la realidad del mundo que nos rodea a nosotros y a ellos. Nosotros entonces aspiramos a ser como estas personas, pero lo hacemos con nuestras mentes cerradas. Esto es una ilusión que nos lleva por un camino que apunta a la notoriedad y al ego y no a celebrar con sentimiento. No es divertido.
Del mismo modo, cuando escogemos declararnos como miembros de la élite, cuando hacemos nuestras películas y escribimos nuestros libros, entonces estamos reclamando con arrogancia una representación de algo de lo que no somos dueños y para lo que no fuimos elegidos para hablar en su nombre. Debemos considerar con mucho cuidado las implicaciones de levantarse y gritar al respecto desde nuestros propios megáfonos. Debemos ser cuidadosos con lo que decimos que somos. Hay un montón de voces distintas que son mucho más calmadas, pero pueden ser más eficientes y pueden tener una opinión contraria a la nuestra. No podemos pretender hablar en nombre de todos, y no podemos declararnos como los mejores.
Como escribió George RR Martin: «Cualquier hombre que debe decir ¡Yo soy el rey!, No es el verdadero rey»
Aunque parece que estoy condenando, yo también estoy agradecido a este mundo del encierro. El encierro de Pamplona es verdaderamente notable. Sin embargo, si pudiera volver atrás en el tiempo, haría las cosas de otra manera con la perspectiva de la experiencia. Cometí mis propios errores, pero sobre todo perdería menos el tiempo tratando de ser reconocido como un gran corredor y no sería suficiente el que dedicaría para disfrutar. Si rebobino los 10 años en las calles de Pamplona, no me hubiera vestido con la camiseta azul con la que esperaba que me reconocieran en las fotos y mi propio libro sería muy diferente, con más énfasis en la historia del encierro, sin el punto de vista de corredores individuales o mi propia opinión autocomplaciente. Aprendí a ver encierros de diferente manera gracias a viajar más allá de Pamplona. Esto no fue una revelación durante una noche, sino una transición gradual donde me di cuenta de que cuando dejé de preocuparme por conseguir una buena foto y me olvidé de tener una carrera perfecta, empecé a disfrutar de los encierros mucho más de lo que hasta entonces.
Recuerdo correr una mañana en Tafalla hacia la plaza de toros. Tres de los toros formaban una línea. Yo estaba justo detrás de otro corredor y sabía que había justo en frente un pastor. La vista panorámica de los toros que venían deslizándose por delante de nosotros, a unas pulgadas de distancia, era espectacular y memorable. Mi compañero de carrera me abrazó al final en el reconocimiento mutuo de una maravillosa experiencia al estar tan cerca de estos animales en pleno vuelo, siguiendo su rumbo y viéndolos desvanecerse por la puerta grande. Luego todo terminó y nos fuimos por caminos separados. No tengo ninguna fotografía de ese encierro, no hubo cobertura de televisión, no salía en los periódicos. Nadie me felicitó por mi carrera y nadie se preocupó, excepto mi amigo que compartió carrera conmigo. Pero lo que yo tengo para siempre es saber que corrí con alegría plena en mi corazón sin ningún otro motivo.
Seamos honestos, los corredores habituales no siguen el mismo esquema mental desde su primera carrera a la última. La primera vez que salimos a la calle simplemente queremos probarlo, sobrevivir y volver a casa a salvo. Cuando corremos más veces podemos elegir perfeccionar un tramo concreto, esforzarnos por correr cada vez más cerca, más cerca, o podemos escoger un cierto punto una y otra vez. Con la edad, podemos abandonar la idea de correr bien en favor de simplemente querer estar ahí para disfrutar del ambiente y ver a los toros. Cada uno de nosotros tomamos nuestras propias decisiones en el encierro y, como tal, nuestras actitudes y comportamientos a continuación están abiertos a ser alabados o criticados y de una manera muy Kiplingniana debemos ser capaces de hacer frente a los dos resultados igualmente. Nuestras propias decisiones determinan si somos o no somos del tipo que busca la fama en el encierro o huye de ella. Finalmente, ninguna opción es mala, pero mi argumento es que un corredor puede estar actuando dentro de las reglas, pero fuera del «espíritu del encierro». Mi opinión personal es que ciertas actitudes y motivaciones no responden realmente a ese “espíritu del encierro” aunque están perfectamente dentro de las reglas. Sin embargo, una persona sola no hace este llamamiento, no somos dueños de la fiesta, no somos dueños del encierro.
Añadir argumentos complejos al mundo que rodea nuestros encierros desvirtúa el verdadero sentimiento del evento. Siempre debemos volver a ese punto de referencia que es la base fundamental de por qué estamos allí; calles y animales. Todas las celebridades añadidas son una compilación que nos distrae de lo que nos une, de lo que nos impulsa. Como soy aficionado a decir a algunos de mis amigos, parafraseando a la famosa escaladora británica Ron Fawcett:
«Salir al paso de tu encierro favorito. Pararse en medio de la calle y seguir la línea de la carrera marchando lejos de ti. Allí, estás en casa .»
Usted puede sorprenderse al saber que no tiene que hacer ruido para alcanzar el éxito. Algunas de las personas más tranquilas son las que han alcanzado la máxima diversión, y algunos de los mejores corredores del encierro son personas que no conocemos y nunca conoceremos.
Corre como quiera, pero usted puede entonces llegar a su corazón y correr sólo por el gozo de estar allí y no «por el bien de un abrigo bonito, o la esperanza egoísta de la fama temporal», como Sir Henry Newbolt escribió. Aleja la Go-Pro, apaga el smartphone y, entonces, corre para ti mismo y corre para divertirte. O simplemente, corre como desees, pero apaga tu megáfono.