Pío Guerendiáin en la gatera © Javier Martínez

Ritual

Somos lo que hacemos repetidamente», Aristóteles

Con el albor de una mañana de Pamplona, antes de que salga el sol. Uno de los muchos corredores habituales del encierro se despierta y se prepara para su reto diario. Lo hace lenta y deliberadamente, con precisión. Se asegura tanto de estar usando la camisa correcta, como de la forma en que anuda el pañuelo y los cordones de los zapatos. Todo tiene que ser así;  y así es desde su participación en la oración a San Fermín, hasta el lugar exacto donde aguardará para correr. Allí, en la misma ventana o puerta de la calle donde siempre espera. Luego, cuando el primer estallido de un cohete resuena en el casco viejo y en los corazones de la multitud, besa un pequeño collar con la imagen del santo. Repite este ritual siempre tres veces y luego siente que está listo.

Pero solo entonces.

Es una escena que va mucho más allá de Pamplona y mucho más allá del encierro. Se repite en muchos otros lugares y en otros tantos escenarios. Es el futbolista que se inclina para tocar el suelo del terreno de juego mientras corre al comienzo de un partido. Es el actor quien hace la señal de una cruz antes de subir al escenario implacable o entusiasta. Es la madre que canta a su hijo para que se duerma todas las noches después del mismo baño y la misma historia que garantizará que su pequeño se calme rápidamente.

No faltan los rituales en las fiestas. Desde el Alfa del Txupinazo, hasta el Omega del Pobre de Mi, se crea una sucesión de representaciones semejantes de los que han pasado día anterior, el año anterior, el siglo anterior. Los rituales están en el corazón de una fiesta que, a primera vista, parece caótica, anárquica y desestructurada. Esta sensación de anarquía es sólo parcialmente cierta: en realidad, hay orden en el caos. Durante todo el día de fiesta hay puntos de orden y estructura. Como prueba, acudir a la oración mañanera a San Fermín, con sus estrictos horarios, manifestación coordinada y estructura impecablemente observada. Es el ritual que da paso al cohete para soltar a los toros, sin él el encierro carecería de un signo de exclamación apropiado.

No busques más allá de la corrida vespertina, esa tragedia se desarrolló en tres actos y se repite seis veces. Discurre repleta de rituales: del desfile de las cuadrillas, la apertura de la puerta, los actos de los propios toreros, los cantos y música de la multitud, los colores, los trajes, los símbolos y los movimientos. Es una obra ceremonial que se observa todas las tardes de la misma manera que lo ha hecho durante décadas y, desviarse de ella, sería recibido con desprecio y burla. La corrida se mantiene para volver a conectar a la gente con sus raíces y sus historias. Crea nuevas historias para superponerlas a los años de relatos ya publicados. Como dice Miller Williams; “El ritual es importante para nosotros como seres humanos. Nos une a nuestras tradiciones e historias ”.

En una nota más científica, hay muchos indicios de que los hábitos y rituales ayudan a nuestro cerebro a comprender que están en el camino correcto. Nos da un sentido de propósito e incluso nos permiten desarrollarnos. Sin embargo, el problema con esto es que quedarnos estancados en hábitos y rituales puede sofocar nuestra variedad y aprisionarnos en un ciclo de comportamiento que finalmente nos inhibe y crea una sensación de inseguridad una vez que nos alejamos de ellos. Los rituales nos conectan con nuestro pasado, pero quizás también nos encadenan a él. Se debe lograr un equilibrio, después de todo, muchos rituales son beneficiosos, divertidos o ambos, entonces, ¿por qué querríamos prescindir de ellos?

Es fácil argumentar que muchos rituales son una rutina sin sentido que no solo tiene muy poco propósito, sino que solo afianza supersticiones incomprensibles y promueven el comportamiento obsesivo. El cristiano que hace la señal de la cruz no rechazará el mal, no hará ningún milagro y no cambiará nada. Es un gesto, un placebo, una acción desechable. No es una transacción sino una “norma codificada” como destaca Luis Miranda. La norma codificada apunta a una autoprogramación de actividades en lugar de una conexión genuina con la razón original del ritual. En una cita que no hace una distinción, ni positiva, ni negativa del resultado, Charles Reade ha dicho; “Siembra un acto y cosecharás un hábito. Siembra un hábito y cosecharás un carácter. Siembra un carácter y cosecharás un destino”.

Algunas investigaciones indican que los rituales pueden aumentar nuestra percepción de valor y aumentar el sentido de pertenencia. Esto está en desacuerdo con aquellos que evitan la noción de hacer las cosas repetidamente y prefieren la espontaneidad. El cristiano que hace la señal de la cruz podría argumentar que su gesto sí tiene valor, conectándolos con su fe, recordándoles lo que representan y la importancia de sus valores espirituales.

Esta conexión entre ritual y espiritual está muy extendida. Peter Hollingworth destacó su importancia al decir: “Disfruto de los rituales y las ceremonias. Lo que no me gusta es cuando se hace mal o descuidadamente. En realidad, se trata de una cuestión teológica: las formas que adoptamos, las acciones que llevamos a cabo, la forma en que hacemos las cosas son, por así decirlo, un sacramento ”. Mientras que Chesterton lo expresó de manera similar; «Ritual siempre significará privarse de algo: destruir nuestro maíz o vino sobre el altar de nuestros dioses». Para una celebración de la combinación de espiritual y ritual, no busque más allá de la fiesta de San Fermín.

La Fiesta es una combinación de mundos, que ofrece piezas orquestadas que vienen una y otra vez. Sin embargo, la fiesta también proporciona un escenario para que la espontaneidad exista y prospere dentro de ciertos parámetros. Tenga en cuenta que los rituales de la fiesta normalmente tienen lugar dentro de algún ámbito, entre algunos límites; la Plaza de Toros, el Ayuntamiento, las calles cerradas del encierro, la Catedral. Mientras tanto, la calle abierta proporciona un espacio para que se explaye la espontaneidad. Los dos términos pueden existir uno al lado del otro.

Sin embargo, el mundo moderno nos ha mostrado dos cosas. La primera es que vivimos en tiempos impredecibles en los que una pandemia global como el Covid-19 puede poner un fin abrupto a nuestra forma de vida normal. Esto ha incluido fiestas por toda España y más allá, incluida Pamplona. El impacto del Covid ha demostrado que nuestros maravillosos rituales son algo genuinamente realizado con delicadeza; frágil y al capricho del destino. El bien mayor percibido por la sociedad al implementar restricciones ha demostrado que las fiestas son realmente prescindibles y tienen una prioridad menor que la seguridad pública y preservar la vida.

La segunda cosa que hemos visto es que podemos haber sentido un profundo pesar por la pérdida de las fiestas, pero pudimos soportarlo a través de nuestra resiliencia colectiva. En parte, esto está bajo la bandera de una promesa del próximo año; una promesa de que las fiestas volverán y podremos apoyarlas entonces. Lo que también está claro es que la pérdida de las fiestas, con sus impactos económicos y morales, es una carga que no nos ha destruido.

Entonces, ¿qué aprendemos de esta situación sobre el valor de nuestros rituales cuando consideramos que son prescindibles y somos capaces de cargar con la carga de su pérdida? ¿Esto los devalúa o simplemente demuestra que hay una causa superior en lo que respecta a la vida humana? Algunos dirían que el Covid ha demostrado que muchas cosas que apreciamos, incluidas las fiestas, son simplemente efímeras y deberíamos estar preparados para deshacernos de ellas. Otros argumentarían lo contrario, señalando que nuestros rituales también actúan como una fecha, un punto desde el cual y hacia el cual siempre podemos navegar.

En 2020 los rituales desaparecieron y solo podíamos confiar en nuestros recuerdos; los recuerdos de las fiestas que se han ido. Al menos el Covid no ha podido destruir nuestros recuerdos. Sin embargo, somos nuestros recuerdos. Sin ellos tropezamos, vacíos y secos como las áridas losetas del reseco suelo de las Bardenas Reales. Nuestros recuerdos no son simplemente recuerdos de eventos y emociones. Nuestras memorias no sirven simplemente como una biblioteca o un catálogo. Nuestros recuerdos son mucho más que un punto de referencia.

Nuestros recuerdos son nuestras historias, y estas historias están entrelazadas con nuestras vidas, nuestras comunidades y con otras vidas que tocamos y sentimos. ¿Qué somos sin nuestras historias? Nuestras historias nos hacen quienes somos. Con el tiempo nos ayudan a moldearnos, a guiarnos y al final nos sirven para definirnos y escoger el camino que tomamos. Los rituales son solo una de las formas en que contamos esas historias. Los rituales respetan las historias y dan color y vida al pasado, pero en última instancia permiten que se transmitan a una nueva generación que las conservará, las llevará al corazón, las absorberá en su propia esfera y las revivirá, para volver a contarlas. Las historias viven en un ciclo creciente; en un grupo de círculos cada vez mayores.

Los rituales convierten nuestras historias en leyendas y convierten a la gente en héroes. Los rituales mantienen vivas nuestras historias.

Imagen del chupinazo de san fermin lleno de gente y con los gaiteros saliendo del ayuntamiento

Esencia

«La esencia del placer es la espontaneidad».

Germaine Greer.

Al final del encierro en Pamplona, ??la adrenalina al límite se suaviza y la sensación de alivio, la satisfacción, la realización personal e incluso la decepción ocupan su lugar. Al mismo tiempo, en medio de un Kaiku, coñacs, cafés y conversación, los pensamientos giran en torno al desayuno.

Hubo un tiempo en que grupos de corredores daban un corto paseo por la Plaza del Castillo, cruzando Estafeta hasta la calle de la Merced, donde encontraban algunos bancos fuera de La Raspa y se sentaban. La multitud variaba día a día, pero al final se convertía aquello en un asunto relajado donde un grupo de amigos comía un desayuno sencillo, compartía unas cuantas botellas de tinto con gaseosa y charlaba en un ambiente de camaradería satisfecha.

Mientras tanto, una jota fantástica flotaba sobre un mesa cercana. Siempre fue la manera perfecta de pasar el día y hacer la transición entre el drama del encierro y el ritmo de la fiesta.

Ahora no.

Ahora todas las mesas están reservadas: reservadas de antemano para las «personas adecuadas» y el improvisada desayuno ha sido sustituido por un evento gestionado por etapas. El concepto mismo de espontaneidad ha sido sacrificado porque el “evento” del desayuno es tan popular que todos quieren participar. Todos quieren un trozo de esa tradición y que se vea que están allí. Cuando la esencia de una cosa se desvanece lo que resta es un sucedáneo artificial del original.

Lo hemos visto antes de muchas maneras. Si alguna vez has soñado con visitar un monumento famoso o un sitio notoriamente hermoso, entonces serás consciente de que la verdad no coincide con el sueño. Esa vista increíble a través de las Cataratas del Niágara, a través del Gran Cañón o subiendo desde el Mall hasta el Palacio de Buckingham no es algo que puedas disfrutar de la forma que imaginaste. Esto se debe a la gran masa humana que se interpone en el camino de tu mirada. El bosque de paloselfis, o pértigas del ego como alguien ha descrito, debe ser vadeado y cualquier fotografía debe ser capturada en ese mismo instante, cuando un grupo de turistas japoneses, escolares británicos o un tour en autocar estadounidense no se encuentra en el lugar adecuado.

Los sitios populares son populares por una razón: la gente cree que vale la pena verlos «en persona». Su esencia es algo que vale la pena disfrutar en persona. Sin embargo, al hacerlo terminamos matándolos a través de la popularidad. Pumphrey lo describió como el «trato del diablo», y esa experiencia decreció sobre manera, no solo porque hay que compartirla con docenas de mochileros antípodos, sino también porque esa sensación de intimidad, esa conexión personal, está comprometida.

Es muy fácil saltar y culpar al muy moderno fenómeno de las redes sociales por gran parte de esto. Después de todo, la actitud que impulsa a tantos de nosotros a compartir nuestras vidas con el resto del mundo ha encontrado un hogar natural en la era digital. No solo eso, sino que hay un tema que acompaña la necesidad de demostrar cuán increíbles son nuestras vidas al compartirlas con el mundo.

Como resultado el paloselfi impregna las visitas a un monumento o sitio famoso y todo tiene que ser capturado como evidencia no solo de eso, de que estuvimos allí, sino que además vivimos el momento más increíble mientras tanto.

Sin embargo, no sería justo culpar a esto únicamente por el aumento de las redes sociales. Mientras los humanos han sido capaces de viajar por placer y han podido compartir esa experiencia, han existido quejas por el exceso de gente y se han echado a perder.

El famoso Gran Tour europeo fue un viaje esperado para los miembros más ricos de la sociedad británica, particularmente entre los siglos XVII y XIX. Sin embargo, incluso desde entonces hubo quejas de que el circuito estaba demasiado lleno y era demasiado ruidoso.

Como escribe la profesora Kathleen Burke: «A menudo se comenta el comportamiento indisciplinado y a veces violento de los jóvenes ingleses; sin duda, para el personal de las embajadas británicas en el extranjero, las actividades de los visitantes ingleses, -cada uno compitiendo con el otro,  para ver quién es el más salvaje y el más excéntrico-, ha sido una de las principales preocupaciones. Incluso los rusos quedaron impresionados por las cohortes de jóvenes salvajes ingleses que encontraron en las ciudades del oeste Europa.»

Henry Fonda cámara en mano en el recorrido del encierro como si fuera uno de los fotógrafos de Sanfermin.com
Henry fonda en el encierro aparece en la cinta de Orson Welles. 1961

Hemingway también reconoció el lado negativo de la popularidad de algo tan querido. Pamplona fue áspera, como siempre, abarrotada… Una vez escribí Pamplona, ??y lo hice para siempre. Está todo allí, como siempre lo estuvo, excepto que se agregaron cuarenta mil turistas. No había veinte turistas cuando fui por primera vez … hace cuatro décadas.

Las redes sociales simplemente han exacerbado esto y han contribuido a ello a nivel global. Haga un viaje a San Sebastián, hogar de los más maravillosos pintxos y tapas, y verá lo que la popularidad le ha hecho a esta cultura. El principio de las tapas, cómo funcionan las tapas tradicionalmente en los pueblos y ciudades españolas, ha sido borrado. En su lugar, hay una versión mucho más orquestada y apta para turistas, en la que los bares no quieren que la gente se presente para comprar una mini y un pintxo. Ahora te entregan un plato y te alientan a que permanezcas largo rato y gastes mucho para que las cajas registradoras suenen. (Esto no es para denigrar la gastronomía de San Sebastián, que es sobresaliente).

No es así como funcionan las tapas en otros lugares, pero San Sebastián se ha hecho popular a escala mercurial. Cuando esto sucede se alcanza una masa crítica y algo tiene que ceder. Como señala Hassan Bougrine; «… la esencia de la economía capitalista es la necesidad de ‘hacer dinero’”. No es de extrañar que la tradición esté distorsionada. Aunque quizás algunos dirían que la realidad es más positiva, una evolución que les brinda a los clientes lo que desean. Dado que una alta proporción de los presentes en la ciudad vasca son viajeros extranjeros, la evolución al ‘turismo de tapas’ no es sorprendente.

La belleza intensa de las aldeas de pescadores de Cornualles es un atractivo tal que aquellos con ingresos suficientes han estado comprando casas de vacaciones allí durante muchos años. Esto ha tenido un impacto tan negativo en las comunidades, que han destruido efectivamente las aldeas fuera de las temporadas de vacaciones, y existen prohibiciones de compra de segundas viviendas en varios lugares de Cornualles.

Señor tocando la guitarra de risas en Sanfermin
Foto de Javier Martínez de la Puente

La esencia de una cosa es tan frágil, tan preciosa y tan difícil de comprender que cuando la alcanzamos, se desvanece. Al igual que agarrar un puñado de arena en la playa, cuanto más apretada la sujetamos, menos podemos sostenerla y antes se desliza entre nuestros dedos y desaparece. Rara vez intentamos destruir la esencia de una cosa intencionalmente, simplemente nos damos cuenta de que ha ocurrido casi a escondidas cuando la verdad de nuestro impacto se manifiesta ante nosotros, aparentemente de la nada. Sin embargo, destruir la esencia de algo es lo que ciertamente hacemos.

Con algo frágil y deseable, la respuesta seguramente sea manejarlo con cuidado. Queremos alcanzar y agarrar algo que brilla y, sin embargo, como los cristales de hielo, el mismo toque puede destruirlos. En este caso, es más inteligente disfrutar de una cosa en el momento y estar preparado para alejarse, cambiar y sacrificar lo que amamos por no destruirlo. Esto no es fácil porque, en el momento, normalmente estamos superados por el deseo de hundirnos en la experiencia. De manera similar, a menudo destruimos algo tras una pequeña incisión y es posible que no lo reconozcamos hasta que sea demasiado tarde.

Seguramente, tan pronto como sintamos que lo que amamos corre el riesgo de ser dirigido o que su esencia haya sido comprometida o eliminada por la popularidad, deberíamos estar preparados para alejarnos. Tal vez deberíamos estar preparados para alejarnos mucho antes de eso. Tomemos como ejemplo el desayuno tras el encierro. Si asistimos todos los días, ¿estamos esperando demasiado de esto? ¿Estamos forzando la diversión a cumplir con una expectativa o simplemente estamos contribuyendo a la destrucción de su esencia? Una vez que algo se convierte en rutina, ya no es especial.

Esto no quiere decir que esas cosas deban cesar y que muchas personas encuentran placer en la rutina. Algunos incluso dirían que son capaces de aferrarse a la esencia de algo incluso cuando es una rutina.

Una de las quejas más comunes es que el encierro ha sido destruido por ser demasiado popular. Los reclamantes señalan las calles concurridas y la alta proliferación de corredores no españoles (que se estima en un 45% en 2017) como factores que contribuyen a ello. Hable con cualquier «divino» y ellos generalmente anhelarán un momento en que las calles estaban más tranquilas, cuando tenías espacio para correr y cuando realmente podías ver a los toros. La esencia del encierro se ha ido, reemplazada por mochileros, principiantes e ilusiones.

La evidencia no apoya totalmente esta opinión.

Paloselfi en el encierro de san fermin

El encierro ha sido popular durante mucho tiempo y la aglomeración no es un fenómeno moderno. Viejas fotografías en blanco y negro e incluso rollos de películas muestran calles abarrotadas, una concurrida Plaza de Toros, amontonamientos y barreras llenas que se remontan muchas décadas atrás, todo aparentemente sin terminar con la esencia del encierro.

Además, el apiñamiento moderno no está empeorando según las cifras publicadas por el Ayuntamiento de Pamplona. Un artículo publicado en sanfermin.com destacó el hecho de que algunos años, como 2012, vieron a más de 20 mil corredores participar en los 8 días, mientras que otros lo hicieron mucho menos. Se estimó que 2017 tuvo alrededor de 16 mil corredores. Los volúmenes también varían dramáticamente de un día para otro. Parecería que un corredor paciente y determinado puede encontrar espacio en el día correcto si espera su tiempo y se arriesga.

Entonces, si bien es cierto que a menudo suavizamos lo que amamos y destruimos su esencia, a veces lo que amamos no está realmente muerto y solo tenemos que verlo de forma ligeramente diferente. Quizás, como en San Sebastián, necesitamos experimentarlo de otra manera y volver a aprender lo que es la esencia ahora. En última instancia, debemos reconocer que la esencia de una cosa es fugaz, transitoria y debemos disfrutar de todo lo que podamos mientras dure.

Imagen de Iñaki Vergara con los toros en abanico en la calle Estafeta.

Eminence

by Matt Dowsett. Photo Iñaki Vergara.

(Written with thanks and appreciation to AFH for his valuable contribution)

“A plague on eminence! I hardly dare cross the street any more without a convoy, and I am stared at wherever I go…”

Igor Stravinsky

It is a very human trait to want to be respected, to be highly knowledgeable and to elevate oneself, not only within a social circle, but far beyond. Some would argue that it is innate; linked to our evolution and the limbic system – that part of the brain that primarily integrates emotions, motivations and behaviours. Darwin maybe would have argued that it is actually in our genes as it ensures that the elevated ones are sure to get the girl, to get fed.

Thackeray derided he who would not strive for eminence as “a poor-spirited coward.” Washington Allston would seem to agree in saying: “I am inclined to think from my own experience that the difficulty to eminence lies not in the road, but in the timidity of the traveler.”

In this modern world the desire to attain these heights has a more immediate and less forgiving arena in the online space. The push for “likes” and the need for the most “followers” on a profile drives an online behaviour that appears to be a search for fame and influence. It is even possible to measure how much online influence a person has through their “Klout” score. And it is not simply about posting dreary nonsense in order to get clicks. Andrew Gill has pointed out that: “as social media is becoming more prevalent, and people and companies are using it to make purchasing and hiring decisions, the role of social eminence is becoming critical.”

Small wonder that everybody wants to rise; this is not just influence. In ‘Leviathan’ Hobbes wrote that: “Man strives for power after power and it ceases only in death.” What is power? Eminence! Or as Hobbes more correctly put it: “‘Natural power’ is the eminence of the faculties of body or mind, as extraordinary strength, form, prudence, arts, eloquence, liberality, nobility.”

Little wonder that we strive for eminence when, deep down, we believe it will give us power.

But remember that true eminence is not just about being well known. It is possible to become well known overnight; that is fame. It is also not just about having great knowledge. It is possible to attain great knowledge through the application of ones own appetite; that is being learned. True eminence is about being respected for ones knowledge and experience, being well known for it and, as a result, having influence.

Seeking to advance oneself is always a dangerous game. The temptation to cut corners, cheat a little or even to walk over the bodies of rivals to advance is never far away. Beware that a person is never too high to fall, but more than that, reputation is a valuable treasure that is easily lost. As Baltasar Gracian said: “A single lie destroys a whole reputation of integrity.” Elevate, go and climb higher, but remember “The high road is always respected. Honesty and integrity are always rewarded.” (Scott Hamilton).

Additionally, Nicholas Chamfort pointed out that: “Eminence without merit earns deference without esteem.” Anyone seeking this level should expect to have a long wait and be prepared to put in the effort. But they also need to be careful. “Knowledge can be heady stuff, but easily leads to an excess of zeal – to illusions of grandeur and a desire to impress others and achieve eminence… Our search for knowledge should be ceaseless, which means that it is open-ended, never resting on laurels, degrees or past achievements.” So wrote Hugh Nibley, perhaps warning against hubris and its results.

In the world of fiesta and the encierro, there are plenty that seek an exalted position, despite there being few formal roles. The collective has no appointed leaders or positions of authority and yet many are drawn into the contest to become known, to become respected and to be seen as a figurehead for the masses in fiesta. Newcomers will attempt do demonstrate just how much they know about the history of fiesta. Perhaps they will even write a book, a blog or an article. Others will try to make their name in the encierro and gain respect through that route. Some will simply opt for longevity; returning to fiesta year after year until they naturally assume a position of respect.

Yet none of this is guaranteed to result in eminence. The person who returns time and again to Pamplona may be respected but could simply have lived the same fiesta thirty times over and never learned anything outside of the few bars and streets that they frequent. In the encierro the camera lies and a runner can make it look as though they have had an amazing run, eventually the truth will out. Not only that but respect in the encierro comes from proving oneself not just day after day, but year after year, as Nibley inferred.

Even after all of this, status in the encierro can lead to a false sense of importance. To be regarded as “divino” or divine carries a number of connotations; being so elevated as to be considered saintly, having reached a pinnacle of performance that leads to the runner being beyond reproach, but also a sarcastic or mocking term for a runner who believes themselves to be worthy of this status. To be divino is not necessarily something to aspire to. The divino who challenges the gods of the encierro can soon encounter nemesis in “valiente” form.

There is no shortage of fiesta attendees that are prepared to seek to be someone, to be known. AFH said: “I think the denial of the urge to eminence false, a pose, but its overindulgence ugly.” This implies a fine balance between feeding the desire for influence and not becoming a caricature. The question also has to be asked; “What good is power in fiesta? What does it serve and where does it lead?”

The search for eminence is at odds with the loose and chaotic nature of fiesta. In the maelstrom of Los Sanfermines, wielding power is contrary to the spontaneous, raw alegría. It inhibits it, it seeks to work against it in setting rules in an arena where the suspension of rules has long been celebrated as a cornerstone of fiesta.

And what are these cornerstones?

It could be argued that the key elements are faith, brotherhood, music, food and liberality. These do not leave much room for power to be assumed and employed, except perhaps in the world of faith. Look at the street during fiesta and you will see the evidence of the removal of controls: no or very few police or officials, the people spilling out onto the road, a huge and unmanageable mass allowed to be self-regulating, a 24-hour life, spontaneous bursts of music and dancing, a largesse that the city bathes in.

This is no place for power except that which is confined to pockets of friends or collections of the like-minded. It is a deluded kind of power as there is no real effect. The scale of San Fermín repels power leaving those who desire it to scratch out their exposure where they can: on snatched television interviews, holding court in a bar or restaurant, online activity and the written word that rapidly becomes litter, floating around the dirty streets.

Power and influence are fleeting. Everything passes and fades with time, and even the greatest leaders are only remembered in dusty history books. Shelley and his contemporary Horace Smith correctly observed that great empires fall into dust. In his poem, Ozymandias (written at the same time as the work of the same name by his friend, Shelley), Smith mused: “…what powerful but unrecorded race, once dwelt in that annihilated place.”

Some will tell you that the best parties in San Fermín are the exclusive ones, invitation only, in character-laden apartments of the old town and frequented by aficionados and their groupies every year on a certain day of fiesta. Actually the true joy of fiesta comes from diving into the swirling whirlpool of humanity and letting the flow take you with it. The white and red of Los Sanfermines may seem to some like an inhibiting uniform or a banal lack of individualism, but it is actually to be envied. The anonymous spirit can ignore all expectations and simply surrender to the flow. Power and influence come with shackles, while ignorance is bliss. How many long-term fiesta luminaries yearn to return to the fiestas of their youth? Not only to be young again, but to be free again – free of the responsibilities, burdens and expectations that come with age and influence. The faceless power of the collective alegría is stronger than the individual who has worked for 30 years to be respected on the street.

Up on the balcony of the Casa Consistorial at 11:55 on 6th July, a line of the powerful and influential stand in their pristine white clothes. In their hands a petite glass of cava. On the face of it they are the great and good of the city, the region, but in reality they carry only grey eminence. The masses do not care about them; in fact they regularly jeer at them, chant rude songs and even throw things at them. Up on the balcony it is all polite and careful conversation as they observe the seething mass below on the plaza. The crowd swirls and surges, the joy is about to explode into rapture while the eminent and influential look politely on.

“Isn’t it a marvellous view from up here,” observes one politician.

“Yes,” replies another, wistfully, “but I would rather be down there.”

Funes. Navarra.

Decepción, por Mat Dowsett

«El arte de agradar, es el arte del engaño», Luc de Clapiers

Tengo en mi poder una bella fotografía, tomada por mi esposa con una cámara SLR digital básica, corriendo un encierro en Navarra hace unos años. Para mí la imagen es tan buena que sería muy difícil mejorarla. En la toma se me ve por la calle, sin hacer estupideces, con los cuernos de los toros que se acercan tras de mí dando un aire fuerte de peligro y también de belleza.

Los edificios de la ciudad y el vallado ayudan a enmarcar el momento. No hay nadie en la toma mas que un corredor y los animales. Un encierro. Lo que lo hace más dramático es el hecho de que se obtuvo en blanco y negro, lo que permite una atmósfera cambiante. Si corriese un millón de encierros apenas podía esperar una imagen mejor e incluso el gran Jimmy Hollander me ha comentado la calidad de esa foto.

De hecho esto es sólo una parte de la historia. La imagen no es una mentira, pero tampoco es totalmente honesta, y aunque me encanta, también detesto abusar de ella sabiendo que no transmite la totalidad de ese momento en Funes, Navarra, hace casi una década.

«La fotografía siempre ha sido capaz de manipulación» escribió Joel Stenfield, y él estaba absolutamente en lo cierto. No hay ningún truco de Photoshop aquí. No hay ningún truco añadido. No hay manipulación del color, contraste o brillo. El original no ha sido alterado, excepto por el hecho de que ha sido recortada. Ahí reside la diferencia.

En la versión original, sin recortar, se puede ver que hay otros corredores a mi izquierda y derecha que aclaran que no estaba solo, no era el único corredor en peligro. La versión original también deja claro que estábamos llegando al final de la carrera y el refugio de las barreras estaba a sólo una docena de metros de distancia. Lo que es menos evidente es la distancia real a la que los toros estaban detrás de nosotros. La cámara actúa para acortar estas distancias, lo que significa que no estaban tan cerca como la imagen sugiere. Eso no quiere decir que no estuvieran cerca, pero ciertamente teníamos un poco de espacio para respirar. En la imagen el toro aparece por debajo y en la versión sin recortar no tan buena como la modificada.

«La fotografía es sobre descubrir qué puede suceder en el marco. Cuando pones cuatro aristas alrededor de algunos hechos, cambias esos hechos», Garry Winogrand.

Así que la hermosa imagen, recortada de la original es un engaño. No hay crimen aquí, pero ciertamente es un engaño.

No hay nada inusual en esto. Desde los albores de la fotografía e incluso antes de los orígenes del arte del retrato, los seres humanos hemos tratado de enmarcar nuestras experiencias y nuestra imagen de la manera más halagadora posible. Siempre queremos que el artista o el fotógrafo «saquen nuestro lado bueno». A nadie le gusta una imagen poco favorecedora y es muy poco probable que entonces la enseñe. Me di un paseo por las redes y esta situación se hace evidente: la imagen es todo. La presión sobre las personas para extraer sus vidas hacia las redes sociales con el fin de retratar una vida perfecta es abrumadora.

Esto no es diferente en Pamplona cuando llega el encierro, fotografiado a una pulgada de su vida, se convierte en el escenario final para el ego, y también para el engaño. A media tarde, después de que el drama de la carrera se ha alejado con el calor, las tiendas de fotos bullen como una colmena. Entre los turistas y los mirones que observan las fotos con admiración en los ojos, hay también un número de corredores que buscan desesperadamente esa imagen casi perfecta que prueba su valor como corredor, que demuestra su valor dentro de esta familia de aficionados que llevan la carga de la expectativa como un atlas moderno. Para correr el encierro de manera diferente a como lo haría un novato hay que soportar una parte de esta expectativa. Se convierte en una necesidad de demostrar, una necesidad de mostrar evidencia, una necesidad de justificar y una necesidad de satisfacer la autoestima. Ir a Pamplona, correr toda la semana y disfrutar es magnífico, pero salir sin evidencia de los triunfos es un desastre para muchos, a pesar de las opiniones de Marco Aurelio a Kipling.

The perfect image. Photographer: Javier Martínez de la Puente
The perfect image. Photographer: Javier Martínez de la Puente

No es de extrañar que el engaño se arrastra; Tiene un hogar natural en el anfritrión para adherirse.

Howard Jacobson escribió; «… cualquiera que no puede soportar mirar el reflejo de su conciencia en el espejo de un crimen, sólo tiene que aplastar el espejo para sentirse inocente».

Tomando prestada esta cita también podríamos decir que cualquiera que no puede soportar o aceptar una mala carrera sólo tiene que cambiar la historia para sentirse mejor. De esta manera se emplea el segundo elemento de engaño, manipulando el cuadro mental más que el físico.

«La verdad es lo que digo que es», dijo Jacob Kerns y así, después del encierro, hacemos nuestros sutiles cambios; Recortando el recorrido real aquí y allá para apartar las partes indeseables, añadiendo un poco de color extra para hacerlo más atractivo, cambiando la lente de un ojo de pez a un teleobjetivo que estrecha el campo de visión. De esta manera terminamos con una versión más cómoda y una imagen que somos más felices de compartir para descartar. Hay que olvidar siempre, porque no hay crimen si alguien tiene una mala carrera. No necesitamos reinventar todo. No todas las experiencias tienen que ser retratadas en una luz positiva. Pero somos humanos. Entonces, ¿con qué frecuencia hemos escuchado a los corredores afirmar que el cuerno de un toro los amenazaba por escasos centímetros cuando, en realidad, eran muchos? ¿Con qué frecuencia hemos escuchado los corredores afirmar que estaban justo en frente de los toros cuando estaban más adelante o fuera a un lado? No es de extrañar que el Bar Txoko después del encierro se conozca a veces como «Liar’s Corner» (El rincón de la mentira).

Ray Mouton, escribiendo en su libro «Pamplona», expresó lo siguiente: «Parece que las exageraciones son la regla, no la excepción, entre los estadounidenses en Pamplona. Muchos exageran el número de veces que han estado en Pamplona, ??el número de veces que han corrido con los toros, así como golpes, moratones, varetazos, arañazos e incidencias menores con los cuernos. Una especie de compulsión inexplicable supera a algunos norteamericanos en Pamplona que aprovechan la fiesta como una oportunidad para la autopromoción, y los escritores a menudo actúan como protagonistas sinceros cuando realmente realizan publicidad encubierta de sí mismos, ofreciendo una imagen Hemingwaysquiana.

La tradición puede haber comenzado con el mismo Hemingway que exageró en las noticias que envió desde Pamplona y en cartas a amigos como Ezra Pound. “El hombre mezquino está ansioso de hacer alardes, pero desea que otros crean en él. Se entusiasma con el engaño, pero quiere que otros le tengan afecto. Dirige su vida como si fuera un animal, pero quiere que otros piensen bien de él», apuntó Xun Kuang.

Por lo tanto, no es inusual oír una historia de un encierro que ha sido dramáticamente embellecido. No es raro ver que las palabras de un mozo no coinciden con las imágenes en la televisión, en internet o en los periódicos. El engaño puede ser increíblemente sutil, inocente, o puede ser una mentira grotesca.

Entonces, ¿Qué es lo que accesorio y lo trascendente en esta cuestión? En resumen, está mal, y es barato hacer afirmaciones que no son ciertas. En un evento tan noble como el encierro de Pamplona? Los corredores deben mantener su integridad. Esto no es sólo para sí mismos sino para la reputación del encierro como un todo y la comunidad que lo rodea. Cuando alguien miente sobre sus logros puede obtener cierta gratificación temporal, pero no más que esto -el resto se devaluará-.

¿Quién es mejor, un buen corredor que exagera o un corredor medio que es honesto acerca de sus limitaciones? Los medios de comunicación social parecen favorecer a la primera, con tristeza. «Se supone que un periodista presenta un retrato imparcial de un evento, una visión desprovista de emociones íntimas. Esto es imposible, por supuesto. El encuadre de una imagen, por su propia composición, representa una elección. El fotógrafo elige qué mostrar y qué excluir «, apunta Alexandra Kerry.

¿No deberíamos ser imparciales sobre nuestras propias demandas? Antes de emplear demasiada indignación justa, pregunte quién no ha hecho esto. ¿Nadie? ¿Nunca? ¿Quién no es culpable de esto aunque sea de alguna manera? ¿Y qué es tan terrible sobre el uso de un lenguaje ligeramente más descriptivo cuando se habla de algo visceral, intenso y profundamente personal? Antes de condenar primero recordemos que reside en la naturaleza humana exagerar. Rufus Wainwright habló de hacer lo mundano fabuloso y Marina Tsvetaeva escribió: «Un engaño que nos eleva es más caro que una serie de verdades bajas». ¿Entonces dónde está la solución? ¿Intentamos cambiar esto o aceptamos que los humanos siempre emplearán el engaño y no hay nada que podamos hacer al respecto? En última instancia, lo llevamos en nuestra propia conciencia, pero debemos saber que cuando engañamos en el encierro no estamos producimos ningún beneficio y además estamos abiertos a la contradicción gracias a la cobertura de los medios de comunicación y muchos otros testigos. Nos estamos haciendo trampas al solitario, sólo nos estamos engañando a nosotros mismos.

Mientras tanto mi propia fotografía permanece a un álbum, en lugar de permanecer orgullosa en una pantalla.

Barriers

Change

By Mat Dowsett

“When looking back doesn’t interest you anymore, you’re doing something right.” Anon.

Around a decade ago there was a lot of dissatisfaction aimed at the moves to make the encierro safer around La Curva. The use of a coating on the street to give the bulls more grip was at the heart of this change. Whether or not it was the only factor, there was certainly something going on and morning after morning the bulls seemed to be going around La Curva cleaner than they ever had, the occasional exception noted. At the time I wrote a piece asking; “What future now for La Curva?” The famous “threading the needle” run from the doorways of Mercaderes and up onto Estafeta was gone, perhaps for good. The photographers massed on the barriers are still able to capture images fit for the newspapers, but the heyday of running the curve is gone.

This has caused a lot of heartache but also a lot of denial as runners cling on to the past and find themselves trying to reproduce it, but only end up standing the street as the arse-ends of cattle move swiftly away from them. There are runners who want a return to the old days and would rather the manada broke up on the walls of the famous curve, but it seems that the current state is here to stay, for a while at least.

Pamplona and the fiestas have been changing for as long as anyone can remember, and even longer than that. In some ways the changes are glacial – a small element here and there – a new feature, a new rule, a new bar, a new venue. Other changes are swift and sure but are absorbed into fiestas with barely a second glance. Remember when the bandstand was abandoned for the huge stage in the Plaza del Castillo?

Other changes feel more significant such as the bulls on La Curva or the red line down on Santo Domingo.

Over the years there have been some very dramatic changes. The txupinazo was nothing like the spectacle it is now and evolved through various stages, including a man letting off a rocket in the Plaza del Castillo surrounded by a small group of bemused children, eventually reaching the mass participation event it is now. The encierros have also moved hours not once but multiple times to reach the 8am start that is in place now. High kerbstones and round cobbles have been replaced by flatter pedestrian areas and even the encierro route has changed significantly, the last time being in the 1920s.

Some will argue, and with justification, that the changes are not always justified and are often for more sordid reasons. In Pamplona this will often come down to money and reputation. The Ayuntamiento does not want to have the stigma of deaths on its hands and so is likely to keep making changes to ensure the encierro is safer and safer – the cost of popularity. Other changes are to extract every last Euro from the pockets of the million people that turn up to party in the old city. It is certainly the case that not all changes are for the better, no matter how inevitable they are, and not all changes are done with an honest and transparent intent.

Many changes are received on a personal level. Old timers will particularly bemoan the loss of Casa Marceliano on the Calle Mercado off Santo Domingo. This bar and hostal has a kind of legendary status among the long-standing fiesta lovers as being a famous hangout, bed for the duration of fiestas, or perhaps just one night, and spiritual home of a number of fine American and Western bull runners until it was closed down in 1993 and absorbed into the council buildings. Old timers will wistfully talk about the good old days and the strong implication is that if you never drank in Marcelianos then your history is not worth considering. An elitism grows up around the past as a clique of the chosen ones looks down patronisingly at the newcomer wannabes. Yet all is in constant flux and the fashionable bars often fade out of favour as other places drift into the sphere of influence. It is not uncommon to see lone old timers sitting grimly outside Bar Windsor, gravely clinging onto the past.

It is understandable. Humans have a reluctance to change and to move on. There is a very natural desire to yearn for “the good old days”, but we do this with blinkers, ignoring or forgetting those parts of the past which, if we had to live with them again, we would find intolerable. John Green rightly said that “Nostalgia is inevitably a yearning for a past that never existed.” Memory is selective and tends to favour the positives over the negatives. We view the past from our comfortable middle age, our affluent self-confident and our assumed wisdom, forgetting that 20, 30, 40 years ago we were not affluent, confident or wise. Sure, we were young, but we did not truly know what to do with it and now we are left mutter variations of the classic lines from Elizabeth Akers Allen; “Backward, turn backward, O Time in your flight, make me a child again just for tonight!”

Karen Ann Kennedy sums it up very nicely when she says:

“There is a difference between thinking about the past and living in it. Sometimes we live in the past because it’s familiar – we know what happened; there are no surprises.”

She goes on to say:

“Living in the past is a problem because it robs you of the opportunity to enjoy the present.”

I would go a step further when it comes to San Fermín. Living in the past only encourages a new generation to venerate something they never witnessed, to aspire to something that is long gone and to disown the present. In doing so this deprives us of the honest happiness of the future.

“Tout passe, tout lasse, tout casse…” goes the French proverb, and it is true.

Whenever we are faced with change we go through a curve taking us from denial, to resistance, to acceptance and finally to moving on. How quickly we move through the change curve depends on many factors, not least how invested in the change we are personally. We can move through quickly, unconsciously even but if things go wrong or we hate the change then we can be stuck in different stages like an old timer, sitting alone outside a bar, still thinking that it’s 1969.

That’s not to say that there is no place for nostalgia and romance. These are a pair of benevolent old souls that visit us from time to time. We should always humour them, listen to them and smile at their stories, but then we should wave them farewell until they pass our way again.

San Fermín will go on changing and there may be some intolerable changes to absorb. Consider that in San Sebastian de los Reyes they have moved the encierro to 11am. Imagine that in Pamplona if you can. And, horror of horrors, one day we may have to face the ultimate change in the loss of the encierro totally. Younger and younger people will come to fiestas and they will care less and less for your history, your traditions, your stories and particularly the way you think fiesta ought to be enjoyed. What will you do? Will you stubbornly hide away under the shadow of huge parasol, mulling over the past, or will you embrace the change?

As Alan Watts said:

“The only way to make sense out of change is to plunge into it, move with it, and join the dance.”

Sharing, by Mat Dowsett

“You are what you share”, Charles Leadbeater.

A few years ago I went alone to Navarra in September to photograph the fiestas and to run a few encierros while I was there. Staying on the edge of Pamplona my morning drive daily took me south and west to Peralta, Olite and other typical Navarran towns where the fiestas come later in the summer. It was a colourful but sober week as I took hundreds upon hundreds of photographs. Later I realised that, despite being there, enjoying my time and occasionally meeting friends, I was not truly in fiestas but was on the periphery. I was an outsider looking in, poking my lens towards a familiar world but staying right on the threshold. Even when I put the camera down to have a drink or to run I was conscious of being alone, being on a schedule and being being restricted. I came back from Navarra with some beautiful photographs and some nice memories but with a sense of having been on assignment rather than on holiday.

On one of the mornings in Peralta I had a very scary but ultimately rewarding encierro – full pelt with nowhere to go and the horns of a toro closing in very fast as I timed my exit to perfection and breathed sighs that were both relief and exhilaration. It had been my best run of the week, the summer and probably much longer. In that post-run turmoil of emotions and memories I wanted what most runners want; I wanted to share it. It is a very human thing – we like to break things down and analyse them, to get perspectives, to relive and re-enact. I didn’t want to share to boast about the run, I just wanted to go through the process. But I was alone. So I shared my encierro with a caña and a coffee in a little bar and later, when the adrenalin had worn off and my need to share was gone, I drove off to the next fiesta feeling that, somehow, the experience was missing something. I felt as Charlotte Bront? did when she wrote; “Happiness quite unshared can scarcely be called happiness; it has no taste.”

The very notion of sharing almost hints at its own reward. Any modest event can be heightened by the multiplication factor of others having gone through the same thing. Mass participation events always seem to generate an incredible vibe or movement that far outstrips the quality contained therein, such to the point that people just want to be able to say that they were there.

Not that there is anything wrong with solitude. Thoreau said; “I never found the companion that was so companionable as solitude.” The truth and purity of an experience holds its integrity far longer if not shared – it is less likely to be tainted by exaggeration, embellishment or downright dishonesty. This is because our experiences are both fragile and fleeting. From their birth they instantly growing, distorting and gradually moving away from us as we try hard to hold onto them, keep them fresh and not lose their value. We share them to try to maintain or even increase their value – ultimately to keep them alive.

In our world of social media, instant data and the associated hunger to expand our personal brand, it is easy to share. Experiences fly around the globe in an instant, shrinking that world and allowing us to share on a phenomenal scale. And my, but we do like to share! We share updates of our every movement, our meals and every “funny” video uploaded to YouTube. We share philosophies, challenges and political viewpoints. We share our love, our hate and our indifference. The world is in a sharing boom, yet trawl through all of that data and what is its value? When you look back at the volume of content you have shared over the last 10 years or so, just how much of it is still alive for you in the same way? How much of it would you share all over again?

“Visibility without Value is Vanity.” Bernard Kelvin Clive.

I have shared a picture on social media a handful of times. It is a picture of me with two other friends on the opening day of fiestas in Tafalla, Navarra. We are wearing the traditional fiestas clothes, clutching drinks and singing our heads off. It is a wonderful image of a wonderful memory of a wonderful moment for me and I have obviously found it worth sharing more than once. Yet, the value is not in the sharing online as those who were not there cannot add to its value and those who were, already appreciate the value. What keeps that moment alive is the memory of the day itself and the warmth of the friendship that exists.

“Even though friends say they are interested in your life, they never really want to talk about you as much as you want them to,” said Charise Mericle Harper, and this hints at the belief that sharing can be a law of diminishing returns – the true intrinsic value is only represented by the picture. Look at the works of the surrealist artist Rene’ Magritte – he challenged us to look at things and to assess what they truly are, what they truly mean, what they truly represent and ultimately if they are worth what we think they are.

Something shared stays alive in its purest form for only a short time and what follows is that desire to keep it alive. Truly we don’t do that online but in our hearts. A couple of years ago our small group was in Buñuel in southern Navarra. We were running a few modest encierros. One of my dearest friends, and one I go back to my first year in Pamplona with, was with me and we were running in a quiet section of the streets. The dice roll fell favourably, the Gods of the encierro smiled on us and we ran up the street almost side by side, the pack of horns closing steadily, but almost benignly and we stepped out of the way calmly and together as the herd shot up towards the church of Santa Ana.

It was a moment we shared. We turned to each other and smiled with the mutual happiness and mutual understanding of a nice run that had gone well. “That’s why we do this,” I said to my friend, “that’s what it’s all about.”

We didn’t need to go over the run in detail. The value was much more philosophical than that. It was a nice run and we had shared it in the moment. No amount of analysis would improve it. Racking up hundreds of “likes” on Facebook would not give it extra value. Holding it in our hearts with a smile would be enough to sustain it.

There have been so many other trivial, short-lived, personal and fleeting moments, whimsical moments even, that I have shared in the 15 years of fiestas of Navarra, Spain and beyond. Imagine a time running down the street with a friend and singing the lyrics of a Rolling Stones song at each other. How do you share such a thing beyond the pair of you without somehow diminishing the true value? How do you explain the laughter gained from a comment in the moment, an atmosphere, a sudden piece of music, an amusing incident? Sharing is voluntarily given but also voluntarily received and while we can dictate the medium in which we launch our content, we cannot dictate how it will be interpreted. As Antonio Porchia said; “I know what I have given you…I do not know what you have received.” Often our good intentions will simply be met with ambivalence or worse, utter contempt. That is often the price of sharing. Sometimes the old ribald comment of “you had to be there,” is absolutely correct, so why try to breathe artificial life into something that has none?

I am with Jose Panate-Aceves and John Hayes with their; “Discover the fulfilment of intimate relationships with flesh-and-blood neighbours and teammates in a concrete place and time, and we escape the pressure of mainstream media to channel intimacy only as a virtual embrace.”

Somewhere in between the loneliness of solitude and the loneliness that drives over-exposure to the world through social media is where the true value of sharing sits. Only we can decide where that actually is, but perhaps the final judge is in reflection. Ultimately there is a beautiful joy in having shared something wonderful, but not over-shared it.

Escudo de Larraga

Más allá de las paredes, Organización

By Matt Dowsett

Pamplona. Hogar del encierro y la fiesta entre las fiestas. San Fermín atrae a una variada e internacional pléyade de seguidores, pero muy pocos visitantes extranjeros son conscientes de lo que significa Pamplona, de que solo es la punta del iceberg en cuanto a fiestas y toros. Cruzando España y más allá hay muchas fiestas y cientos de miles de toros corriendo todos los años. Dentro de las antiguas murallas de Pamplona se vive una pasión que se escucha desde fuera, que se muestra en un escenario internacional. Pero más allá de las paredes existen historias que no se ven, que no cuenta de la gente, sobre los toros y las calles de estas otras fiestas.

Lo ves por el rabillo del ojo durante la fiesta. Realmente no lo procesas porque estás disfrutando de ti mismo pensando en el encierro, las charangas, los fuegos artificiales o, simplemente, decidiendo dónde ir para echar el próximo trago. Pero allí está, en el fondo, oculto a primera vista.

La vida sigue, se escucha el ruido del motor y las ruedas avanzan. La Fiesta sigue en marcha, pero tiene que haber alguien allí para que todo siga funcionando; alguien que cuide las cosas y se asegure de que todo funciona sin problemas.

Nosotros no queremos admitirlo aunque, francamente, la idea irrumpe en nuestro estado de ánimo festivo porque unas pocas personas realmente trabajan en la fiesta, hacen los trabajos basura y tienen que pasar tiempo organizando la juerga. Hay un montón de elementos que no son muy divertidos y, gracias a Dios, los realiza generalmente otra persona; camareros, barrenderos, policía, personal médico, dependientes y organizadores de eventos. Para ellos la fiesta no es simplemente una fiesta, llevan la mochila de la responsabilidad también.

Marisa, el alcalde (alcaldesa) de Larraga -2007-2011- tuvo la amabilidad de permitirme echar un vistazo íntimo detrás de las puertas cerradas del ayuntamiento. Aunque no hay nada como la escalera de San Fermín, las fiestas de San Miguel todavía mantienen todos los elementos de una celebración típica de Navarra y requieren mucha organización.

Marisa me explicó que antes San Miguel duraba nueve días en septiembre, pero se redujo a siete, y se trasladó a agosto como otros tantos pueblos de la región. La organización de las fiestas es, en última instancia, responsabilidad del alcalde que recibe ayuda de un concejal, así como de una comisión que se reúne para acordar los eventos festivos y reunir las opiniones de la gente del pueblo que son los que pagan después de todo. Las Fiestas se financian a través de los impuestos locales, una cantidad que varía según los eventos conseguidos y la situación económica. La crisis, por ejemplo, obligó a una reducción de eventos en muchas fiestas y a quedarse peladas a las familias.

La planificación de las fiestas normalmente tarda tres meses en Larraga y, mientras el núcleo de la fiesta en gran parte sigue siendo el mismo, todavía hay elementos nuevos o diferentes cada año.

No es sorprendente que el elemento más estresante sea el encierro de vacas. No hay corridas de toros en Larraga, pero sí un montón de encierros y capeas. Lo último que el ayuntamiento quiere es una mala noticia de alguna persona ignorante que consiga la portada del Diario de Navarra por haber sido cogido en el encierro. Afortunadamente las lesiones con vacas son raras. A pesar de todo un mínimo de dos ambulancias deben estar presentes en la carrera, no son gratis y proviene de dos “empresas”. Estas no son públicas y no hay realmente mucha competencia por lo que en última instancia la elección será determinada por el precio. Las lesiones menores se tratan in situ y los heridos más graves se trasladan hasta Pamplona, situada ??a unos veinte minutos de distancia. Marisa me dijo que el encierro le causó siempre la mayor preocupación, así como el temor de que nadie resultara herido ni las familias tuvieran que pasar ese trago. La Policía, o más específicamente el alguacil (Sheriff), es en última instancia el responsable de la seguridad municipal durante los encierros, cohetes y fuegos artificiales y puede infligir multas al pueblo si no ha actuado de una manera segura.

Para Marisa durante las fiestas hay mucho trabajo. Tiene que asegurarse de que todo funciona sin problemas y debe asistir a los eventos oficiales, por lo que tiene poco tiempo para su familia y amigos. Ella admitió que sentía algo de miedo cuando la fiesta se acerca a causa de esto. También existen muchos momentos buenos, como encender el cohete para comenzar las fiestas, imponer el pañuelico de fiestas a los más pequeños y muy emotivo día de la Patrona.

A pesar de la lealtad a un partido político, Marisa expresó su creencia de que la política y las fiestas deben mantenerse separadas y que la fiesta es para todos. Y como en Pamplona un 15 de julio Marisa señaló que, en Larraga, una fiesta cuando termina, la vida vuelve a la normalidad con una rapidez increíble, prácticamente al día siguiente.

Beyond the Walls, Alegría by Mat Dowsett

Pamplona. Home of the running of the bulls and the fiesta to end all fiestas. San Fermín draws a varied and international following, but very few foreign visitors are aware that Pamplona is only the tip of the iceberg when it comes to fiestas and bulls. Across Spain and beyond there are many hundreds of fiestas and thousands of encierros every year. Within the old walls of Pamplona a local drama is played out on an international stage, but beyond the walls are the unseen and untold tales of the people, the bulls and the streets of these other fiestas.

“Find ecstasy in life; the mere sense of living is joy enough.” Emily Dickinson.
A single and unifying element of the fiestas of Navarra is to be found in the interaction of people and streets when the txupinzo has taken place. The anticipation of those days of joy, the pent-up emotions and overwhelming sense of goodwill suddenly comes pouring out in a wave of happiness and mutual celebration. This is alegría.

Alegría is a simple and uncomplicated feeling that can be overwhelming or can actually be very childlike. Alegría is very personal, but some might compare it to a form of enlightenment; when the mind and body become at ease, at one with their environment and when all cares and concerns melt away into the trivial echoes of somewhere else.
On the streets of a Navarran town in fiestas the collective spirit, the unity and the humanity brought together is accompanied by music, dancing, food and drink. It is difficult in these times not to feel the sense of joy, very much like Christmas morning. This feeds the soul.
To celebrate is to live, and to celebrate with friends is to live many times over. When the feeling of alegría is shared then it becomes memorable.

Here, in the photograph, is a personal moment of alegría. This is the Navarran city of Tafalla less than an hour after the txupinazo on the 14th August in a year not too long ago. The scene is very familiar as friends, in the spirit of the moment, sing along with each other with shared happiness and in the knowledge that the fiesta is stretching out in front of them like a lush, green plain.

This is our fiesta, our alegría.

Más allá de las paredes – Ego, por Mat Dowsett

Versión traducida al castellano del original en inglés.

«El veneno más fuerte nunca conocido vino de la corona de laurel de César», William Blake.
«Cuando alguien canta sus propias alabanzas, siempre entona demasiado alto», Mary H. Waldrip.
«No creo en el elitismo, no creo que el público es alguien estúpido inferior a mí. Yo soy la audiencia», Quentin Tarantino.

Cada año, durante San Fermín, parece que un juguete en particular, baratija o gadget es más popular que el resto. Se pone de moda y despega como ningún otro. Hace unos años este «honor» recayó en los megáfonos portátiles que consiguieron ser tan irritantes que finalmente fueron prohibidos.

Estos megáfonos eran únicos. Lo que hicieron fue muy notable ya que permitían a la persona levantar su voz por encima del resto de la multitud; para ser escuchados, para poder expresarse. Fue verdaderamente liberador… en teoría. Realmente, el resultado fue que todo el mundo tenía mucho que decir pero nada de ello era digno de ser escuchado.

El moderno mundo tecnológico de los datos, las redes sociales y de los teléfonos inteligentes ha permitido que nuestras voces sean escuchadas en una escala más amplia y para un público mayor . Un corredor puede tuitear sus últimos pensamientos a las 07:59, grabar su encierro en una Go-Pro y, a continuación, subir el vídeo a YouTube y Facebook para una audiencia global para las 8:05.

De repente, nuestra sociedad parece exigir que seamos protagonistas de nuestro propio reality. De repente, todos tenemos que ser héroes, todos tenemos que ser famosos, todos tenemos que ser conocidos. Los encierros han sido víctimas de este mismo narcisismo de tal manera que todo el mundo quiere escribir un libro sobre su carrera, protagonizar su propia película y llegar a ser parte del culto a la celebridad del encierro.

¿Qué pasó con correr sólo por el puro placer de hacerlo? ¿No dijo Helen Keller que «La vida es una aventura atrevida, o nada»?

Nietzsche se hubiera compadecido. Como seres humanos anhelamos encontrar sentido a nuestras acciones. Nuestras mentes existenciales funcionan buscando la relación riesgo/rentabilidad por lo que si un corredor se arriesga, él quiere una recompensa a cambio. Quiere reconocimiento. Quiere afirmación y quiere ser admirado por todos sus compañeros. Esto es natural y comprensible, pero ¿Deben los corredores adoptar este rol? ¿Deben promocionarse así?  o ¿Deberían alejarse de esta actitud en favor de algo más humilde, más íntimo y personal, compartiendo al final del día, algo más culto?

Muchos corredores olvidan que el encierro no es una competición. No hay trofeos, premios, puntos, ligas o campeonatos. Asignar algún tipo de clasificación o jerarquía sería arbitrario y artificial. Recuerden que un corredor que se estrena en la carrera y sin experiencia, tiene tanto derecho a estar en las calles como uno experimentado que participe desde hace muchos años. Siempre y cuando siga las reglas y tome sus propias decisiones, la verdadera competencia es contra él mismo y en soledad. En cambio, la comunidad de corredores ha evolucionado y se ha cometido el error de convertir a la gente que admira a los héroes en héroes y, a los propios héroes, en dioses.

Ahora los corredores aspiran a una serie de cosas; formar parte de la «élite» reconocida, correr sin interrupción durante décadas, conseguir la fotografía perfecta de la carrera perfecta, salir en los periódicos o destacados en televisión y que le reconozcan como gran corredor. Todas estas cosas son parte del proceso de alejarse del encierro como acontecimiento personal e individual. Sin embargo, esta es una tendencia diferente al conjunto de motivaciones egoístas donde el propio encierro se convierte en secundario por culpa de la notoriedad.

Al divinizar a las personas éstas se vuelven infalibles y cerramos nuestras mentes a la realidad del mundo que nos rodea a nosotros y a ellos. Nosotros entonces aspiramos a ser como estas personas, pero lo hacemos con nuestras mentes cerradas. Esto es una ilusión que nos lleva por un camino que apunta a la notoriedad y al ego y no a celebrar con sentimiento. No es divertido.

Del mismo modo, cuando escogemos declararnos como miembros de la élite, cuando hacemos nuestras películas y escribimos nuestros libros, entonces estamos reclamando con arrogancia una representación de algo de lo que no somos dueños y para lo que no fuimos elegidos para hablar en su nombre. Debemos considerar con mucho cuidado las implicaciones de levantarse y gritar al respecto desde nuestros propios megáfonos. Debemos ser cuidadosos con lo que decimos que somos. Hay un montón de voces distintas que son mucho más calmadas, pero pueden ser más eficientes y pueden tener una opinión contraria a la nuestra. No podemos pretender hablar en nombre de todos, y no podemos declararnos como los mejores.

Como escribió George RR Martin: «Cualquier hombre que debe decir ¡Yo soy el rey!, No es el verdadero rey»

Aunque parece que estoy condenando, yo también estoy agradecido a este mundo del encierro. El encierro de Pamplona es verdaderamente notable. Sin embargo, si pudiera volver atrás en el tiempo, haría las cosas de otra manera con la perspectiva de la experiencia. Cometí mis propios errores, pero sobre todo perdería menos el tiempo tratando de ser reconocido como un gran corredor y no sería suficiente el que dedicaría para disfrutar. Si rebobino los 10 años en las calles de Pamplona, no me hubiera vestido con la camiseta azul con la que esperaba que me reconocieran en las fotos y mi propio libro sería muy diferente, con más énfasis en la historia del encierro, sin el punto de vista de corredores individuales o mi propia opinión autocomplaciente. Aprendí a ver encierros de diferente manera gracias a viajar más allá de Pamplona. Esto no fue una revelación durante una noche, sino una transición gradual donde me di cuenta de que cuando dejé de preocuparme por conseguir una buena foto y me olvidé de tener una carrera perfecta, empecé a disfrutar de los encierros mucho más de lo que hasta entonces.

Recuerdo correr una mañana en Tafalla hacia la plaza de toros. Tres de los toros formaban una línea. Yo estaba justo detrás de otro corredor y sabía que había justo en frente un pastor. La vista panorámica de los toros que venían deslizándose por delante de nosotros, a unas pulgadas de distancia, era espectacular y memorable. Mi compañero de carrera me abrazó al final en el reconocimiento mutuo de una maravillosa experiencia al estar tan cerca de estos animales en pleno vuelo, siguiendo su rumbo y viéndolos desvanecerse por la puerta grande. Luego todo terminó y nos fuimos por caminos separados. No tengo ninguna fotografía de ese encierro, no hubo cobertura de televisión, no salía en los periódicos. Nadie me felicitó por mi carrera y nadie se preocupó, excepto mi amigo que compartió carrera conmigo. Pero lo que yo tengo para siempre es saber que corrí con alegría plena en mi corazón sin ningún otro motivo.

Seamos honestos, los corredores habituales no siguen el mismo esquema mental desde su primera carrera a la última. La primera vez que salimos a la calle simplemente queremos probarlo, sobrevivir y volver a casa a salvo. Cuando corremos más veces podemos elegir perfeccionar un tramo concreto, esforzarnos por correr cada vez más cerca, más cerca, o podemos escoger un cierto punto una y otra vez. Con la edad, podemos abandonar la idea de correr bien en favor de simplemente querer estar ahí para disfrutar del ambiente y ver a los toros. Cada uno de nosotros tomamos nuestras propias decisiones en el encierro y, como tal, nuestras actitudes y comportamientos a continuación están abiertos a ser alabados o criticados y de una manera muy Kiplingniana debemos ser capaces de hacer frente a los dos resultados igualmente. Nuestras propias decisiones determinan si somos o no somos del tipo que busca la fama en el encierro o huye de ella. Finalmente, ninguna opción es mala, pero mi argumento es que un corredor puede estar actuando dentro de las reglas, pero fuera del «espíritu del encierro». Mi opinión personal es que ciertas actitudes y motivaciones no responden realmente a ese “espíritu del encierro” aunque están perfectamente dentro de las reglas. Sin embargo, una persona sola no hace este llamamiento, no somos dueños de la fiesta, no somos dueños del encierro.

Añadir argumentos complejos al mundo que rodea nuestros encierros desvirtúa el verdadero sentimiento del evento. Siempre debemos volver a ese punto de referencia que es la base fundamental de por qué estamos allí; calles y animales. Todas las celebridades añadidas son una compilación que nos distrae de lo que nos une, de lo que nos impulsa. Como soy aficionado a decir a algunos de mis amigos, parafraseando a la famosa escaladora británica Ron Fawcett:

«Salir al paso de tu encierro favorito. Pararse en medio de la calle y seguir la línea de la carrera marchando lejos de ti. Allí, estás en casa .»

Usted puede sorprenderse al saber que no tiene que hacer ruido para alcanzar el éxito. Algunas de las personas más tranquilas son las que han alcanzado la máxima diversión, y algunos de los mejores corredores del encierro son personas que no conocemos y nunca conoceremos.

Corre como quiera, pero usted puede entonces llegar a su corazón y correr sólo por el gozo de estar allí y no «por el bien de un abrigo bonito, o la esperanza egoísta de la fama temporal», como Sir Henry Newbolt escribió. Aleja la Go-Pro, apaga el smartphone y, entonces, corre para ti mismo y corre para divertirte. O simplemente, corre como desees, pero apaga tu megáfono.

Cohete, by Matthew Dowsett

Pamplona. Home of the running of the bulls and the fiesta to end all fiestas. San Fermín draws a varied and international following, but very few foreign visitors are aware that Pamplona is only the tip of the iceberg when it comes to fiestas and bulls. Across Spain and beyond there are many hundreds of fiestas and thousands of encierros every year. Within the old walls of Pamplona a local drama is played out on an international stage, but beyond the walls are the unseen and untold tales of the people, the bulls and the streets of these other fiestas.

At 8am and in those moments afterwards, you may hear a distant explosion as a rocket known as a cohete reaches up into the sky and leaves a puff of white smoke. The sound tells you that the encierro has started/stopped. It is very rare to see the rocket, it is an anonymous punctuation in the morning – a sign from the gods that the die is cast and the bulls that haunt our dreams have been released.

Elsewhere the cohete is much more visible. Seen in this picture from Funes in Navarra. The cohete is everywhere, and is a crucial part of the encierros. Without the cohete the people may not know that it is time to close their doors, put up their shutters, lock their shops and send their customers on their way for a short time. Without the cohete the group of young people gathered around the bar may not know that a horned animal will be running down the street at any moment. In Fune, for example, this is very serious – on some mornings the streets are so quiet that a vaca or torico can run a lonely line up deserted streets and only meet a person after a hundred metres of emptiness.

The cohete is one of the vehicles whereby the encierros are efficiently run, and they are used widely, though not uniformly. Not every cohete is fired from the hand as in the photograph, and with good reason. One evening in Valtierra we had finished our run, the manada was back in the corrales and the jefe attached a cohete to the barriers and lit it with his cigar. We stood a few metres away awaiting the whoosh and the arcing smoke before the final explosion that would open the gates and send us into the evening to enjoy a fine meal somewhere and talk about the encierros of the day. Instead the cohete remained on the barriers and exploded with an enormous boom that made our ears ring and brought derisory comments from the nearby balconies.

The next day we stood a little further away, and a good thing too as the cohete exploded again. Once bitten, twice shy.