Bill Himann con su bicicleta frente a la plaza de toros de Pamplona. ©Mikel Ciáurriz FotoXpasion.com

Un profesor de historia le despertó curiosidad por la física, le enseñó a boxear… y Bill Hillmann llegó a ser campeón del mítico Chicago Golden Gloves

(Segunda parte, de tres) Ver primera parte.

Letras de Itxaso Recondo y fotografía de Mikel Ciáurriz.

Bill Hillmann acaba de regresar del Brooklyn Book Festival, el mayor evento literario público de Nueva York, en donde ha presentado con éxito su novela “The Old Neighborhood”, un retrato de las pandillas callejeras de Chicago. El libro ha sido elegido por el Chicago Sun Times como el mejor libro publicado en 2014, y la prestigiosa Library Journal lo ha seleccionado entre los 30 mejores libros de editoriales independientes. Pero antes de ser escritor, Hillmann descubrió el boxeo, “un arte muy bello” como él lo llama, en el que llegó bastante lejos con los Chicago Golden Gloves. Ya no boxea, pero ese aprendizaje le sirve para correr los encierros.

Durante diez años fuiste boxeador profesional, en 2002 llegaste a campeón del Chicago Golden Gloves. ¿Cómo aprendiste a canalizar tu espíritu combativo de un modo no violento?
El boxeo es un arte, un arte muy bello. Puedes boxear como Mozart, como Picasso, como un bailarín de ballet… en cualquier momento te puede sorprender la belleza de ese momento. Por supuesto, tienes que partir de que sientas dentro de ti una fuerza con cierta furia, pero que si no la controlas alguien que lo vea te puede derrotar en un segundo. Porque cuando estás muy enfadado no puedes ver nada. En el boxeo aprendes rápido que pelear con rabia te hace muy frágil. Utilizarán tu agresividad para hacerte daño. El boxeo no es una pelea, sino una partida de ajedrez. Y debe boxear con tu cabeza.

©Mikel Ciáurriz FotoXpasion.com
©Mikel Ciaurriz FotoXpasion.com

¿Crees que algo así sucede corriendo en el encierro delante de los toros?
Sí, exacto. Sobre todo ocurre con el animal. Porque el animal es muy instintivo. Y correr consiste en dominar ese miedo, seducir al animal para decirle que no hay nada contra lo que luchar, que sólo quieres correr con él, que no le vas a hacer daño, que lo único que debe hacer es ir con sus hermanos de manada. Tú puedes usar su furia como una energía para avanzar en la calle. Eso es lo que intentaba hacer antes de que el toro me pillara, atraerlo, seducirlo y calmarlo para que siguiera su carrera. De eso va el arte de correr el encierro. Coger el miedo, la furia y la confusión de los animales, seducirlos, calmarlos, y enseñarles que lo único que hay que hacer es correr por esa calle. Eso es todo. No hay razón para pararse ni atacar. Simplemente, ¡vamos!

En la primera entrevista dijiste que ya no boxeas porque te obsesionas con ello. ¿Todavía sientes esa pulsión por pelear?
Siempre he vivido con un fuerte sentimiento de pelea y me lo he trabajado. En parte, por eso me gustan tanto los toros, porque en su fiereza puedo ver la mía, esa parte animal, y sé que es muy potente en mí. Me he peleado con mucha gente en mi época de pandillas callejeras, y lo lamento mucho. Al mismo tiempo, sé que casi nunca está justificado pelear, e incluso puedes evitarlo no acudiendo a lugares peligrosos. Por eso siempre intento aplacar esa furia interior mía. “No tienes que pelear con nadie”, me digo a menudo, incluso cuando alguien me ataca diciéndome algo provocador, no tiene sentido, a no ser que sea para defender a alguien o en defensa propia. No quiero hacer daño a nadie.

¿En qué momento de tu vida sentiste la necesidad de salir de la calle?
Cuando descubrí el boxeo, eso cambió mi vida de forma radical. El hombre que me enseñó a boxear, un cura cristiano, el padre Peter, era un tipo fuerte. Yo era un niño rabioso que creía que podía pelear con cualquiera… Y me di cuenta de que podía pelear, pero no boxear, porque no sabía nada. Él intuía cómo yo me sentía y el primer día que boxeamos me dio 30 ‘jabs’, son golpes de gancho muy básicos que los puedes aguantar, y me arrinconó desde el primero. Le dije: “¿Cómo lo haces?”. Y me empezó a enseñar desde lo más básico. Así empecé.

©Mikel Ciáurriz FotoXpasion.com
©Mikel Ciaurriz FotoXpasion.com

Pasaste de la calle al ring, y luego llegaste a ser campeón de boxeo.
Me hice muy bueno en el boxeo, a la gente le gustaba, era un deporte, un arte que me permitió volver al lado positivo. Cuando por fin sentí que podía controlar mi furia y canalizarla mediante golpes perfectos, y la gente normal y buena me aclamaba por ello (no como en la calle), aquello me hizo volver a relacionarme con la gente buena de mi barrio.

¿Te resultó fácil aprender el arte del boxeo?
Sí, porque me enganchó desde el mismo día en que el padre Peter me tumbó. Me lo tomé como una profesión, aprendí todo lo que pude, y siempre me parecía poco. El padre Peter era también mi profesor de historia en el colegio, el mejor que he tenido en toda mi vida, él conseguía que me interesara en temas que nunca me habían importado lo más mínimo. Me metió el gusanillo. Un día me dijo: “Si estudias duro para este examen, conseguirás una ‘A’”. Nunca había conseguido una ‘A’ en nada. Me lo propuse, y saqué una ‘B’. Para el siguiente estudié más y obtuve una ‘A’.

Entonces, ¿experimentaste un cambio radical, como le ocurre al protagonista de tu novela, Joe Walsh?
Algo parecido, sí. Poco a poco empecé a mejorar resultados en los estudios y a pensar en ir al ‘college’… De pronto me interesaban la física, los átomos, la cuántica, y otras cuestiones. Mi mente empezó a abrirse. Mi pasado seguía pesándome mucho, porque mi hermano seguía en la cárcel, y sentía todavía mucha rabia, pero empecé a hacer fotografías, en la clase de arte me animaron, y todos esos sentimientos de amargura, rabia, enfado, tristeza, pude volcarlos en hacer algo positivo. Le debo mucho al padre Peter.

El barrio de Chicago donde tú creciste, ¿se parece al que describes en tu novela?
Me he inspirado mucho en él, el Far North Side, sí, era un sitio precioso lleno de vida y carácter. Nunca entendí la lucha entre razas porque mi familia era una mezcla: mis dos hermanas son negras, fueron adoptadas, y para mí no había diferencia entre mis tres hermanos de sangre, blancos, y ellas. Fui muy afortunado de crecer en ese entorno, un mundo multirracial con vecinos negros, filipinos, mejicanos, rumanos, asirios, irlandeses, italianos… cualquier raza cabía allí. Mirando hacia atrás me doy cuenta de que fui un privilegiado, y a veces echo en falta esa experiencia.

Tú has nacido en Chicago y vives allí. ¿Sigue habiendo ese clima de violencia callejera que nos pintan las películas?
Las películas están basadas en la realidad, desde luego. Chicago es la tercera ciudad más grande de Estados Unidos. El crimen en Los Ángeles y en Nueva York ha descendido drásticamente; en Chicago también, pero en menor escala. Creo que una de las razones es porque hay una gran segregación en Chicago, los barrios están muy segregados, grandes partes de la ciudad son negras, portorriqueñas, mejicanas… Allí no se da esa mezcla que tú ves en Nueva York, por ejemplo, esa gran diversidad y esa apertura para que los jóvenes profesionales de cualquier origen puedan progresar.

Las guerras entre pandillas legendarias, ¿continúan activas?
Muchas de las pandillas callejeras, de las bandas que nacieron en los 60, siguen existiendo en Chicago. La guerra entre los Black Stones y los Gangster Disciples lleva viva desde hace 50 o 60 años; y entre los Spanish Cobras y los Latin Kings… Y no parece que vayan a parar. Las bandas callejeras modernas nacieron en el sur y en el oeste de Chicago. Ese legado es muy poderoso. El principal problema es que en Chicago hay áreas extremadamente pobres aún hoy, donde hay mucha desesperanza, y en ellas perviven las luchas entre barrios. No ha cambiado mucho.

Quieres decir que esas familias han vivido durante generaciones allí, en medio de esas guerras callejeras.
Sí, las mismas familias han vivido en esos barrios por muchos años. Hay mucho dolor viejo acumulado. Tíos, padres, abuelos, hermanos, han sido asesinados así que es duro para un niño que crece allí no caer en esas peleas. Crecen rodeados de violencia, están enfadados, y cuando son adolescentes devuelven ese dolor, porque ya han perdido a un ser querido. Son viejas historias y nada está cambiando. Incluso se ha hecho más complejo en estos últimos años. La vieja guerra no ha terminado. El crimen se ha reducido a la mitad en Chicago, pero todavía se dan cientos de asesinatos cada año, el doble que en Nueva York que, sin embargo, es dos veces más grande que Chicago. Por eso es tan dramático.

Ese es el lado oscuro de Chicago. ¿Y cuál es la cara luminosa de esa ciudad tan retratada en las películas de gangsters?
Los deportes, sin duda, y los movimientos artísticos y culturales. Tenemos una gran tradición de béisbol en Chicago, con dos grandes equipos, pocas ciudades pueden ostentar de ello. Y luego están los Chicago Bulls, que han sido legendarios en el baloncesto, Michael Jordan los llevó a lo más alto. Cualquier deporte ha dado muy buenos equipos en Chicago. Por otro lado, el arte y la cultura, que son fantásticos. El teatro, por ejemplo, es todo un fenómeno allí, tenemos dos de los mejores teatros del país. También el movimiento contracultural es muy potente. Muchos jóvenes viven en edificios abandonados y hacen unas pinturas muy extrañas y también música. Me divierte mucho todo ese caldo cultural en el que yo he crecido también.

• Próximo día, la tercera y última parte: su pasión por correr el encierro

Ver primera parte.

Letras de Itxaso Recondo y fotografía de Mikel Ciáurriz.

Bill Hillman en el callejón de la plaza de toros de Pamplona. Cerca de donde sufrió la cornada. Foto Mikel Ciaurriz

Esta es la historia de Bill Hillmann

Bill Hillmann se crió en un duro barrio de Chicago. Estudiar física, el boxeo profesional, la literatura y los encierros… lo salvaron.

Primera parte (de tres). Leer segunda parte.

-Letras de Itxaso Recondo y fotografía de Mikel Ciáurriz-

“Un corredor norteamericano, co-autor de un libro sobre cómo sobrevivir a los toros de Pamplona, herido por asta de toro”. Este titular dio la vuelta al mundo. El corredor no era otro que Bill Hillmann. Bromas aparte, sobrevivió. En aquel momento lo entrevistamos en el hospital, a pie de cama. Contamos la historia que sucedió entre él y Mikel Ciáurriz, fotógrafo de sanfermin.com. Hemos querido conocer más a Bill Hillmann, su faceta de escritor, su experiencia vital… y esa pasión que siente por los encierros. Y la mejor manera de hacerlo es a través de su novela, “The Old Neighborhood”, para la que se ha basado en su propia vida.

Publicada este mismo año en Estados Unidos, ha obtenido excelentes críticas. Hace unos días, el famoso escritor británico Irvine Welsh decía acerca de ella en la prestigiosa revista Jot Down: “En el nuevo milenio, sólo he estado interesado por dos libros, el primero es ‘The Old Neighborhood’, de Bill Hillmann…”. Pronto la podremos leer también en español. Mientras, Hillmann nos cuenta qué le llevó a escribirla.

Old Neightborhood BillHillmann
Best Newbook 2014 by Chicago Sun-Times. Editorial Courtside Explendor 2014

El protagonista de tu novela es Joe Walsh, un adolescente sensible que crece en un mundo sórdido y violento, entre pandillas callejeras que se lo juegan todo. ¿Hay algo de ti en ese personaje?

Joe se parece mucho a mí cuando yo era un niño. Le suceden cosas parecidas y crece en una familia similar a la mía, que vive en el mismo barrio. Pero mi vida no ha sido tan dura como la suya. Mi sensibilidad está en él, y también mis sentimientos, mi lucha por mejorar y por tratar de superar las dificultades. Aunque somos distintos, probablemente él tiene mi esperanza y mi corazón.

Has crecido en la ciudad de Chicago, en un entorno parecido al que relatas en la novela. ¿Has perdido a alguien importante en tu vida, como le ocurre al protagonista?

Sí, claro. A parte de la pérdida de mi abuelo, a quien yo quería mucho, la que más me impactó fue la muerte del mejor amigo de mi hermano: lo mataron los miembros de una pandilla callejera, de un tiro en la cabeza. Él era un artista, un músico, un líder carismático y una buena persona, que agrupó a un montón de jóvenes que, como mi hermano, andaban un poco perdidos en la escuela, y les influyó de forma muy positiva.

Bill Hillman en Baluarte de El Redín en Pamplona. Imagen, Mikel Ciáurriz.
Bill Hillman en Baluarte de El Redín en Pamplona. Imagen, Mikel Ciaurriz.

¿Qué edad tenías entonces?

Yo tendría unos 9 o 10 años. Fue una época extraña para mí porque me preocupaba mucho de mi hermano, que iba con una pandilla callejera, y temía que lo mataran, o que él matara a alguien. Como muchos otros niños, era testigo de cómo mi propio hermano participaba en esas guerras callejeras, porque me contaba lo que habían hecho, cosas terribles. Para mí fue una época dura, no sabía nada acerca de la muerte, porque era muy crío, pero vivía con la tensión de que mi hermano podía morir en cualquier momento.

¿De qué modo impactó eso en tu vida posterior? ¿Viviste una adolescencia difícil?

Sin duda tuvo mucho impacto en mí y supuso un gran trauma. Porque los niños no suelen estar expuestos a este tipo de emociones, y cuando ocurre es terrible, y luego eso los persigue hasta su vida adulta. Todas esas emociones bullían dentro de mí de adolescente, y me metía en muchos líos, fue una época triste. También perdí en cierto modo a uno de mis hermanos, el mayor, porque lo encarcelaron por robo a mano armada esa misma época. Me relacionaba con él sabiendo que era como dos personas diferentes, el que me sonreía y era majo conmigo, y el que actuaba cuando no estaba conmigo, que robaba, disparaba, y hacía cosas horribles a la gente, hasta que lo metieron en la cárcel… Fue traumático.

«Como muchos otros niños, yo era testigo de cómo mi propio hermano participaba en esas guerras callejeras, y temía por su vida»

Bill Hillmann junto al revellín de la Catedral de Pamplona. Imagen: Mikel Ciáurriz
Bill Hillman junto al revellín de la Catedral de Pamplona. Imagen: Mikel Ciaurriz

Entonces, ¿tu hermano era un tipo temido en el barrio, un líder pandillero?

Sí. La gente me decía: “Tu hermano es un tipo horrible, es malo, nos da miedo… tú eres un Hillmann, y eres como él”. Todo el mundo en el barrio lo temía. Eso me dolía y me enfadaba mucho. Yo lo defendía porque era mi hermano, y le quería. Así que acabé atraído por esa violencia callejera, empecé a meterme en líos. Eso me separó de una parte del vecindario que era muy positiva para mí. Yo no era como mi hermano, pero tampoco iba a pedir perdón por ser su hermano, y corté con esos niños. La mayoría de los niños son buenos, pero a veces la situación que viven los empuja a hacer daño. Sigue pasando hoy en Chicago, miles de niños se están perdiendo, enrolándose en pandillas criminales, pueden ser niños muy sensibles, inteligentes, que podrían hacer algo positivo para el mundo… pero esa oscuridad es muy potente allí y los arrastra.

En la novela, la carta que escribe desde la cárcel Pat a su hermano pequeño resulta conmovedora. ¿Qué significado tiene para ti?

¿Esa carta? En la cárcel, Pat está forzado a ver lo que puede pasarle a Joe en la calle. Pero empieza a darse cuenta de que no quiere eso para su hermano pequeño. El libro trata también del ciclo de la violencia: en el fondo, todo el mundo quiere romperlo, no seguir en lo mismo… pero no saben cómo. Pat lo rompe. El chico más temido del barrio, desde la cárcel, muestra compasión por su hermano y lo libera de ese círculo maldito. En el fondo, trata sobre la compasión. Las pandillas necesitan reclutar nuevos miembros, si no, desaparecen, y los mayores atraen a los más jóvenes, por eso continúan existiendo. A través de esa carta me gustaría abrir una posibilidad de cambio para romper el ciclo de violencia.

«Esta es la historia de un padre que no es perfecto, con muchos problemas y dilemas, pero que lucha por ser un buen padre»

Entre todos los personajes de tu novela, ¿cuál te inspira más amor?

El padre, sin duda. Cuando empecé a escribir el libro me di cuenta de que estaba escribiendo una historia sobre un padre, un padre que no era perfecto, con muchos problemas y dilemas, pero que luchaba mucho por ser un buen padre. Y le costó años entender, cambiar y superarse. Quería contar la historia de ese progreso, cómo evolucionaba a la par que sus hijos crecían. Sentí que ésa era la historia más importante dentro del libro.

Tu propio padre tiene una historia de novela. Fue el líder de una pandilla muy temida en Chicago, aunque luego se salió. ¿Cómo consiguió escapar de ello y formar una familia?

No escapó, y eso es extraño. Se quedó viviendo en el mismo barrio en donde él había peleado tanto de joven y había atacado de forma brutal a otras personas. Pudo seguir mirando a la cara de la gente, y si hablaban mal de él no le importaba, estaba demasiado ocupado trabajando para alimentar a sus seis hijos. Poco a poco fue cambiando, en la medida en que amaba a sus hijos, su determinación por tener una familia honorable lo fue transformando, pero huyó de su pasado.

¿Y qué personaje se te ha resistido más a la hora de darle vida?

Quizás el hermano policía, porque ser policía es un trabajo muy duro, están tan torturados por su trabajo, les cuesta desconectar de esa relación antagonista con el mundo. Tenía que demostrar que estaba en lo cierto, porque la policía conoce qué pasa en una ciudad mejor que nadie, y suelen tender a odiar la ciudad donde viven porque la conocen muy bien. Su punto de vista es muy valioso, aunque sea incómodo. Si quieres conocer bien una ciudad, debes conocer el punto de vista de quienes más la odian, porque probablemente la conocen muy bien.

¿Qué has aprendido en tu época como pandillero en las peleas callejeras, y que ahora te puede servir cuando corres los encierros con los toros?

¡Ahhh… buena pregunta! Podría hablar largo y tendido sobre esto. Lo primero que me viene a la mente es que en una pelea callejera debes estar muy presente en ese momento, no te puedes despistar ni perder detalle de lo que ocurre a tu alrededor porque te pueden hacer daño. En el encierro con los toros es lo mismo, debes estar muy atento a lo que sucede delante tuya, detrás, a los lados… si alguien se ha resbalado, porque eso puede significar que otros se caigan, que tú tropieces y también caigas… y entonces tengas que saltar: además, los animales llegan por detrás, los tienes que oír, saber si han enganchado a alguien, observar sus gestos, prever qué harán… Es muy difícil aprender todo esto, yo sigo aprendiendo cada vez que corro.

«Confié demasiado en los demás corredores,

creí que todos estaban ocupándose de que el toro volviera a la manada,

pero me equivoqué»

Este año te pilló el toro. ¿Te perdiste algún detalle?

En parte, una de las razones por las que me pilló el toro es porque confié demasiado en los demás corredores, confié en que todo el mundo estaba en lo mismo, ocupándonos del toro que andaba suelto de la manada para conducirlo hacia el callejón, pero me equivoqué. Había gente que no se movía, que se quedó quieta. Aprendí que no puedes confiar, lo mismo que en la calle.

Primera parte (de tres). Leer segunda parte.

Letras de Itxaso Recondo y fotografía de Mikel Ciáurriz.

Mikel Ciáurriz

Bill Hillman se disculpa por responsabilizar a dos británicos de su cornada

El 9 de julio el escritor estadounidense Bill Hillmann fue corneado en el encierro de Victoriano del Río por un toro rezagado de la manada, de nombre “Brevito”. La historia fue noticia, no solo por ser uno de los dos corneados de aquel día, sino también porque el escritor era autor de un libro acerca de los encierros de Sanfermin: “Cómo sobrevivir en el encierro de Pamplona”.

Ayer, miércoles, el propio Hillmann, que escribe habitualmente en Facebook posts acerca del encierro del día 9 de julio y de los encierros y Sanfermin en general, creó polémica entre sus seguidores con una publicación. En ella responsabilizaba a dos británicos de camiseta azul de provocar su cornada, al ponerse ambos en su camino y hacerle caer al suelo en el tramo del Callejón, donde se produjo la cogida. “Se pusieron en mi camino cuando estaba llevando al toro y entonces uno de ellos me empujó fuerte haciendo que cayera de espaldas”.

Uno de sus seguidores, sin embargo, le acusó de ser malintencionado al inculpar a los dos chicos de su cornada y se puso en contra de la postura del escritor. Este comentario levantó una gran polvareda y provocó varios comentarios de diferentes usuarios y del propio Hillmann, que no hicieron sino avivar la polémica.

Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, el americano trató de explicarse argumentando que no pretendía arremeter contra ellos, solo apuntar que se notaba que eran corredores inexpertos y que al ver acercarse al toro entraron en pánico y reaccionaron con instinto de supervivencia. De hecho, prefirió no seguir debatiendo hasta encontrarse más tranquilo: “He arremetido contra ellos. No debería haberlo hecho. Voy a evitar hablar de ellos hasta que me tranquilice”.

A las pocas horas, más calmado, Bill Hillmann escribió un nuevo post con el que se disculpaba y daba por cerrada la polémica creada por su publicación: “Escribí antes algo por culpa de la ira y la indignación. Lo lamento. No culpo a nadie por lo que me pasó. Durante el encierro se viven momentos de mucho pánico y no es culpa de nadie”.

Para conocer la historia completa, podéis seguirla en el Facebook de Bill Hillmann.

Los guiris love la Fiesta

Kurt Davies (en la foto) lleva desde enero viajando por el mundo. Tras graduarse en la universidad, salió de su paradisíaca tierra a la aventura. Este neozelandés de 22 años ha recorrido 25 países y no ha querido perderse Sanfermin. Ha dormido unas horas en un parque, se ha vestido de blanco riguroso y luego se ha ido a correr el encierro.

La experiencia ha sido, reconoce, lo más increíble que ha hecho en su vida. Pero una cornada que ha visto a un palmo de sus narices le ha quitado las ganas de volver a correr.

Y es que hoy el encierro nos ha dejado imágenes insólitas y varios heridos por asta de toro. El más grave, un estadounidense de 20 años que corría en la Cuesta de Santo Domingo. Quizás también se estrenaba en el encierro, pero ha tenido peor suerte que Kurt.

Este viernes 10 de julio se cumplió un año de la cogida de otro norteamericano, Bill Hillmann. La suya fue una cornada muy ruidosa porque había escrito un capítulo del libro «Cómo sobrevivir en el encierro». Pero él no se ha rendido como Kurt sino más bien lo contrario: encontró inspiración para su siguiente libro, ya a la venta, «Mozos». Y ha vuelto para correr cada día como hace desde hace 11 años.

Sanfermin embruja a muchos guiris. Caen seducidos por esa combinación de toros y fiesta en la calle. Ayer Kukuxumusu entregaba el Premio al Guiri de este año, el francés Jean Pierre Gonnord. Al acto acudieron varios de los premiados en anteriores ediciones y amigos suyos. Como el inglés Frank Taylor, campeón de natación, que ha preferido venir a Sanfermin en lugar de competir con otros ‘delfines’ como él en Rusia.

¿Qué encuentran los guiris aquí? La noruega Maggie viene desde hace treinta años sin interrupción. Viene a ver toros y a bailar. Dice que en su país no hay lugares donde se pueda bailar a cierta edad. Y le fascina que estos días en Pamplona bailemos a todas horas, en todas partes, jóvenes y mayores. Viéndola moverse cuesta creer que esta nórdica, funcionaria de Educación especializada en políticas sociales, criada en Nueva York, de madre bailarina, apasionada por el flamenco, sólo pueda bailar a su aire estos días.

A la rusa Anna Nelubova, Guiri 2014, no la veo bailar, pero me cuenta que los toros le cambiaron la vida. Vive entre Moscú y Málaga, intentando atrapar la belleza de esos bichos con sus pinceles y con la cámara de fotos. Cuando el Ballet Ruso está de gira por España, ella lo acompaña como fotógrafa y también ayudante. En vez de vestir al torero, como hacen los mozos de espadas, ella asiste a los bailarines con su indumentaria.

Toros y baile. Los guiris andan embrujados estos días por nuestras calles. Observan fascinados nuestras costumbres ancestrales. Algunos se pillan unas cogorzas monumentales. Otros deambulan sonrientes con cara de «no me lo puedo creer». Si los ves saltando con las peñas, a lo mejor el hechizo ha hecho su efecto y el año que viene volverán.

Sin ellos Sanfermin no sería lo mismo. Nos han abierto los ojos y el corazón. Por eso en Kukuxumusu les dedicamos un merecido premio. Porque los queremos mucho.

Dennis Clancey en un receso de la jornada en Nepal. SETH ROBSON/STARS AND STRIPES

Dennis Clancey, corredor americano del encierro y director de cine, en el rescate de Nepal

Dennis Clancey es corredor habitual del encierro de Sanfermin en el tramo de la plaza del Ayuntamiento y la curva de Mercaderes desde 2007. Además, es el director de la última película sobre el encierro de Sanfermin (el documental Chasing red) y ahora se encuentra en Nepal con otros veinte miembros del Team Rubicon. Este equipo reúne a veteranos del ejército estadounidense que utilizan su entrenamiento militar para ayudar a las personas después de los desastres.

Clancey forma parte de este equipo desde hace seis meses y está viviendo su primer restate, según cuenta Stars & Stripes, el medio oficial de la comunidad militar del ejército estadounidense. El equipo llegó a Katmandú el 2 de mayo y se ha dedicado a dar soporte eléctrico a zonas alejadas a la capital y de difícil acceso. Clancey y sus compañeros vivieron el segundo terremoto pero no sufrieron consecuencias. Sanfermin.com se puso en contacto con Clancey ayer miércoles, 13 de mayo, tanto él como sus compañeros se encontraban en perfectas condiciones y ejecutando los proyectos de ayuda previstos.

Clancey es veterano de la guerra de la guerra de Irak y ex capitán de infantería del ejército de los Estados Unidos. Su papel en el Team Rubicon es planificar las misiones de ayuda en las zonas periféricas de Katmandú, de difícil acceso y en condiciones extremas.

Dennis Clancey gestionando con Lang Hasta, Gurkha del Ejército Británico, la labores diarias. Imagen de SETH ROBSON/STARS AND STRIPES
Dennis Clancey gestionando con Lang Hasta, Gurkha del Ejército Británico, la labores diarias. Imagen de SETH ROBSON/STARS AND STRIPES

Dennis Clancey es conocido porque también es el director de la última película editada sobre el encierro de Sanfermin, el documental Chasing Red. Este filme ya está participando en festivales y recibien sus primeros premios. La película se centra en la experiencia de diferentes corredores como Bill Hillman y Gus Ritchie y cuenta con la aparición del polifacético Andy Bell, entre otros.

Clancey tiene preciosas carreras por Sanfermin en la plaza del ayuntamiento y en la curva de la Estafeta y es un enamorado de la carrera. Este trabajo en Nepal no le impedirá acudir una vez más a Sanfermin en julio de 2015.

Dennis Clancey with the black shirt running with the bulls on Mercaderes Street

Imagen Javier Martínez de la Puente

“Ha habido mucho rock&roll en la Cuesta”

Imagen, Javier Martínez de la Puente

Carmelo Buttini, un pura raza del encierro, corre todos los días desde hace 34 años.

Le llamaban el Marqués de la Estafeta pero su título corre peligro porque desde hace cuatro años se ha cambiado de tramo en el encierro. Ahora experimenta en la Cuesta de Santo Domingo esa tensión que tanto le ‘pone’. Carmelo Buttini (Pamplona, 1967) es un sanferminero denominación de origen, lo que aquí llamamos con cariño ‘un enfermo de los encierros’.

A los 12 años ya empezó corriendo el encierro tkiki y en su currículum figuran cientos de encierros durante 34 años. No se pierde ni uno de los de Pamplona, “la Champions”, pero también corre en Tafalla, Sangüesa, Castellón, Alquerías, Vall d’Usó, Almazora… Me he acercado a su librería, La Casa del Libro, un establecimiento emblemático situado en el centro de la calle Estafeta. Quiero conocer de primera mano cómo es el ‘oficio’ de corredor del encierro.

¿Tiene algún libro en inglés?, pregunta una descomunal rubia con acento extranjero. Carmelo me propone que hablemos mientras atiende pero en un minuto aquello se llena de gente en busca de la prensa del día y nos vamos a un rinconcito más tranquilo, entre estanterías con libros. Son las 11 de la mañana, Carmelo acaba de almorzar con sus compañeros de encierro. Pero yo sé que lleva muchas horas despierto.

¿Cómo es un día de Sanfermines para ti?
Vengo a las 4 de la mañana a trabajar. Reparto la prensa por esta zona del casco antiguo. A esas horas está esto lleno de gente. Termino a las 6, vengo a la librería, y me cambio de ropa aunque vaya de blanco: me pongo una camisa blanca de manga larga, que me remango un poco, un pantalón blanco y las zapatillas de correr el encierro. Sin pañuelo ni faja. A las 6:45 ya estoy en la Cuesta de Santo Domingo preparado para el encierro. Corro y vuelvo al trabajo, para hacer el segundo reparto, y cuando lo termino, hacia las 10, me voy a almorzar con mis amigos.

¿Cuántas camisas tienes para correr el encierro?
Cuatro, dos con el escudo de San Fermín bordado y otras dos con el de la peña Anaitasuna. El pañuelo también es del Anaitasuna, y me gusta llevarlo bien colocado. Cuando termino de correr, vengo a la tienda, me cambio y si he hecho una buena carrera, al día siguiente repito el mismo atuendo, si no, me pongo otra camisa y otro pantalón.

Cuéntanos cómo has vivido el encierro de esta mañana.
Los toros han subido bien, derrotando, pero se ha podido correr, no ha habido mucho rock and roll como estos días atrás. Han pasado cerquita… Yo corro donde el muro y, por mucho que te apartes, siempre te pasan. Tienes que vigilarlos porque sólo tienes dos opciones: quedarte de pie o, cuando vienen pegados a la pared, tirarte al suelo, que te pasen por encima y acabar con algún golpe o heridas. Yo estoy muy marcado, ¿ves? (Me enseña una cicatriz de unos 25 cm. en su brazo). Es lo que hay.

¿Te han pillado muchas veces?
Lo que se dice pillar, una vez, en Tafalla, hace años.

¿Conoces a Bill Hillmann, el americano que fue corneado en estas fiestas?
Los que corremos en la cuesta nos conocemos todos. Entre los heridos de este año conozco a Bill, también a Mariano, que fue cogido en la cuesta, y al que se rompió la cadera también.

¿Hay una especial camaradería entre vosotros?
Sí. Los que vienen de fuera normalmente suelen correr en la calle Estafeta, así que al final en Santo Domingo, los cincuenta o sesenta que corremos allí nos conocemos de toda la vida. También los voluntarios de la Cruz Roja en ese tramo –entre ellos, dos veteranos corredores, Josetxo y Antonio– saben quiénes somos cada uno y si ocurre algo enseguida nos enteramos de quién se trata.

¿Qué hace especial el tramo de Santo Domingo?
Hay un silencio muy bonito, que en Estafeta no se da, y que crea una tensión difícil de explicar.

Desde que llegas, a las 6:45, hasta las 8, ¿qué haces allí?
Siempre voy con mi colega ‘el Bou’, un amigo catalán con el que paso todas las fiestas. Lo llamo ‘el Bou Adarra’ (‘bou’ significa toro en catalán y ‘adarra’, viejo en euskera), es decir, ‘toro viejo’. Si hay poca gente, subimos y bajamos. Si no, nos quedamos abajo del todo e intentamos rascar la pared para mimetizarnos en el ambiente.

¿Sueles tener nervios antes de correr?
Siempre, y si no los tengo, mala señal. No es pánico, sino un miedo controlado. Cuando terminas la carrera te abrazas a los compañeros. Si ha ido bien y un compañero ha caído, intentas hacer un cordón alrededor para evitar que los mansos lo pisen mientras llegan los de urgencias… Es muy bonito.

Has corrido tantos encierros pero ¿cada día es diferente?
Sí, todos los encierros son especiales. La tensión que se vive en Santo Domingo es una pasada. El frío que sientes… no sé si debido a la hora temprana o fruto de los nervios. A mí me dicen que durante esa hora antes del encierro, me cambia la cara, que se me pone blanca y rígida, cuando yo suele sonreír y bromear mucho.

¿Cómo habéis vivido el encierro de hoy?
Nos hemos reído en la cuesta porque ha ido tranquilo, después de todos estos días que los toros nos han dado estopa. Solemos decir “hoy tenemos rock and roll”, cuando corres con un toro a cada lado.

Y la víspera del encierro, ¿te preparas de algún modo?
No suelo cenar y al día siguiente no desayuno ni tomo nada, ni siquiera agua, hasta que no pasa el encierro. En el 2008 un toro me corneó el ano y me atravesó la vejiga: gracias a que no había bebido nada, la vejiga estaba comprimida y no explotó. Me libré de chiripa de llevar una bolsa para siempre. La doctora que me operó me lo explicó y desde entonces sigo esa rutina. Ah, y voy al baño varias veces… Un amigo mío suele decir “Carmelo está en el baño, cumpliendo la tradición”.

¿Qué es eso tan fuerte que sientes durante la carrera?
Es algo indescriptible, como un subidón. Al principio, siento miedo, porque en la cuesta ves la línea de salida y el cohete cuando lo tiran. Estamos saltando, y ahí todo el mundo grita “venga, venga, vamos, a correr”. Los corredores más altos avisan “toro por la derecha, toro por la izquierda”. Y si ves que dos compañeros tuyos con experiencia se tiran al suelo, malo, significa que el toro va raspando. Entonces te tiras al suelo y esperas a que te pasen por encima.

¿Consigues oír esas voces?
Ya lo creo, puedes oír a tus 50 compañeros en cuanto prenden la mecha.

¿Hay alguna mujer entre vosotros?
Sí que las hay, pero no son de Pamplona, alguna americana… Isabel Solefont es una joven que a veces corre en la cuesta, su padre también es corredor, creo que son de Barcelona, es una chica morena, delgadita… corre muy bien. Yo admiro mucho a las mujeres que corren el encierro, sobre todo en ese tramo.

Y a los toros, ¿se les oye bramar?
Se oye de todo, sus bramidos, los cencerros, las pisadas… podría parecer que son elefantes. Hoy nos hemos apartado y aún así han pasado casi rozándonos. En caso de peligro, a mí me gusta tirarme al suelo, porque si vas muy apurado te puede arrastrar hasta el ayuntamiento colgando de los cuernos.

Superado el momento de tensión, ¿qué hacéis?
Primero te abrazas a tus compañeros y sientes mucha alegría. Después, noto que se me “cae” le estómago y siento un hambre feroz.

¿Se nota diferencia al correr en distintos tramos?
Mucha, porque el pavimento cambia. En Estafeta tenemos adoquín mientras que en la cuesta es casi asfalto, y resbala.

¿A qué corredores admiras por su estilo al correr?
Del encierro de Pamplona me gustan muchos, como Dani Oteiza, Pitu (Fermín Barón), Belloso, Patxi Ciganda… Son muy buenos.

¿Qué destacarías en ellos?
Las piernas que tienen, se pegan unos carrerones… Ahora está entrando gente joven muy buena, algunos son hijos de estos veteranos. Pero hay algunos de bastante edad. Antesdeayer se retiró uno con setenta y cinco años, que ha corrido toda la vida, pero tras el encierro de ayer, en el que hubo zapatilla y la gente volaba por los aires, decidió dejarlo. Hay gente con sesenta y tantos años que todavía corre muy bien.

¿Ha cambiado algo con la nueva línea roja?
Sí, abajo ha cambiado la forma de correr con la famosa línea roja que han pintado este año. La gente no baja y entones los toros tienen más visión y suben derrotando, abiertos, no en embudo como sucedía antes. Ojalá me equivoque, pero me temo que habrá más de un disgusto en la cuesta.

¿Se debería controlar el número de gente?
No, que corra quien quiera, siempre que respete las reglas. Hay que multar al que agarra al toro, al que pega un codazo, al que va con chancletas, con mochila… Pero no puedes limitarlo. Me fastidiaría que no me dejaran correr en otros sitios.

De pronto me doy cuenta de que no estoy en la Cuesta de Santo Domingo sino en la Casa del Libro. Carmelo me ha hipnotizado con sus vivencias sanfermineras. Su agenda sigue repleta: después de cerrar la librería, come con 80 personas que han venido desde Castellón. “Ellos nos tratan fenomenal allí y nos gusta agasajarles como merecen”. Luego irá a los toros, con su inseparable amigo, ‘el Bou’, y la peña Anaitasuna. Esta tarde le tocan palos, esto es, levantar la pancarta, y mañana de madrugada servirá bebidas en la peña. Así que el último encierro, con los temidos Miura, lo correrá con el cuerpo agotado. Pero él es incombustible y, salvo la hora antes de correr, seguirá sonriendo.

Dos heridos por los encierros continúan ingresados

Foto Juantxo Erce

Según el parte de heridos ofrecido por el Complejo Hospitalario de Navarra hace unos minutos, solo dos heridos en los encierros de Sanfermin permanecen ingresados a consecuencia de las heridas. Permanecen ingresados el americano T.H., con un traumatismo torácico desde el encierro del 8 de julio, y el australiano J.G. heridos en el último encierro.

Ha recibido el alta última hora de ayer el corredor E.G.E., burladés de 21 años, herido por asta en el encierro del día 14. En los últimos días han abandonado también el hospital F.E., pamplonés de 46 años, herido por asta en el encierro del día 10; el americano Bill Hillmann, que se recuperaba de una cornada en el muslo derecho del día 9 de julio (fotos); el valenciano J.R.P. con otra cornada en el tórax ese mismo día (video); y el, también valenciano, V.O.M. que se rompió la tibia y el peroné el día 7.

“Tío, tú eres mi ángel”

“No me gusta nada correr”, afirma Bill Hillmann postrado en una cama del hospital de Navarra donde se recupera de la cornada que sufrió el pasado día 9. El toro se llamaba Brevito, el número 2 de la ganadería Victoriano del Río, famosa por la velocidad que alcanzan sus astados. La habitación parece un estudio de televisión. Los medios de comunicación quieren contar esta historia porque tiene mucha tela. En este caso, el corneado es un escritor estadounidense de 32 años, coautor del libro cuyo título en español sería “Cómo sobrevivir en el encierro de Pamplona”. Todo un guión para una película.

Bill sonríe campechano. Suena el teléfono de la habitación. Llaman de la CNN, el canal americano. Quieren conectar con él en directo para transmitirlo por televisión. Se corta. Vuelven a llamar. Bill responde con la paciencia de un manso. El único hilo de contacto con el exterior es el teléfono del hospital. Estos Sanfermines le han robado el pasaporte y el portátil, y su móvil americano no funciona en España.

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Ya ha relatado unas cuantas veces la cogida. Por activa y por pasiva. Sin rechistar. No ha cambiado de postura desde hace rato porque al menor movimiento la pierna derecha le recuerda que está malherida. Acaba de entrar Jim Hollander, un fotógrafo neoyorquino que viene a Pamplona desde hace muchos años para inmortalizar la Fiesta. Esta vez no fue él quien retrató la cogida de su conciudadano, pero ha ido a visitarle. Me dice que “Bill es un gran escritor” y me enseña un retrato que le hizo en Cuéllar al nombrarle embajador de la fiesta taurina en esa localidad. Charlan unos minutos. Ambos pertenecen a esa tribu de guiris adictos al encierro y a los Sanfermines.

Varias cadenas de televisión, una emisora de radio, dos de sus amigos más cercanos, las trabajadoras sociales del hospital, la señora que limpia la habitación, las enfermeras… han desfilado en procesión. Espero y por fin consigo hacerme un hueco para estar a solas con él. Le noto cansado. Han traído la comida así que le ayudo con la logística. Su mujer se ha ido a descansar tras pasar la noche con él. Bill come con apetito. Dice que le encanta la comida española. Saco la libreta con pudor. Este hombre debería descansar… Se abre la puerta. Cielos, otra visita.

Entran tres hombres corpulentos y una mujer. Les digo que Bill está agotado pero, claro, quieren saludar a su amigo. Hablan inglés con acento americano. Bill les recibe con alegría. Guardo la libreta y escucho. Ellos también sufren la enfermedad sanferminera: no fallan en la fiesta ni un solo día. Uno de ellos fue corneado hace años en un encierro. Otro lleva un ejemplar de la novela que acaba de publicar Bill, “The old neighborhood” (El viejo barrio), para que se lo dedique. ¿Lo tendría por casualidad en la maleta junto con sus pantalones y camisetas blancos o lo habrá comprado ayer en Amazon? Bill coge un bolígrafo y le escribe algo en la primera página… escribe y escribe… muy concentrado… quizás sea lo primero que ha escrito tras la cornada y por eso se lo toma con calma.

Sus amigos se marchan y yo también me dispongo a hacerlo. En realidad, mi misión ha terminado hace rato: le he traído un portátil para que siga contando historias en su periódico, el Chicago Tribune, o anote sus primeras impresiones tras la cornada, el lío que se ha montado, etc. Ideas no le faltarán. El portátil me lo ha dado Mikel Ciaurriz, uno de los fotógrafos de Sanfermin.com, el autor de la fotografía que ha dado la vuelta al mundo y que, además, ha generado la bonita historia que me ha traído hasta el hospital.

¿Qué sucedió? Tras recoger en imágenes la cornada que logró captar, Mikel sintió que aquello podía ser muy grave, que el pitón rozaba la arteria femoral. Se acercó a él mientras el equipo de Cruz Roja lo atendía. Buscó la cara de Bill. Se encontraron con la mirada. Bill le hizo el gesto de OK con las manos y Mikel le respondió con el mismo gesto. Pura empatía. Horas después, se volvían a encontrar en el hospital: Bill reconoció enseguida a Mikel, que se acercó a ver cómo estaba y si necesitaba algo. “Eres mi ángel, tío”, fue casi lo primero que le dijo Bill. Y lo fue: le prestó su teléfono para llamar a sus padres y decirles que estaba OK.

Bill parece muy feliz cuando le muestro el portátil. Todavía no cuenta con la conexión a Internet pero al menos podrá escribir. Insiste en que hablemos, que lo entreviste y tiemblo porque se han agotado las pilas. Me gustaría que nuestra conversación fuera un relajante antes de la siesta, aunque me temo que el teléfono seguirá sonando porque es la hora en que Estados Unidos se despierta. Allá voy, con mis ‘banderillas’.

¿Tus padres ya saben que estás bien?
Sí. Gracias a que Mikel, el fotógrafo, me dejó su teléfono. ¡Él me salvó!

¿Qué pasó entre vosotros?
Cuando me atendían los equipos de emergencia, yo le estaba mirando. Mientras, pensaba que seguía vivo, que simplemente me había cogido el toro, que no estaba loco. No quiero que nadie piense que estoy loco, que tengo miedo… La forma en que él me sonreía y me miraba era parte de aquel momento, y yo le quería transmitir que dijera a la gente que estaba bien. Me encantó. Sentía ganas de gritar en español “amo a los toros”, pero sangraba un montón y bueno, no lo hice, pero daba gracias por haber corrido y estar vivo.

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De las primeras visitas que recibiste fue la de Mikel Ciaurriz.
Sí, la primera. Estaba solo en la habitación porque mi mujer se había ido a buscar a nuestros amigos. Cuando entró, lo reconocí enseguida. Luego me enseñó las fotos y eso me ayudó a entender qué había sucedido, cómo me empujaron, cómo caí. Fueron las primeras imágenes que veía, y fue muy importante para mí, muy sanador. No podía creerlo que un perfecto extraño se portara así conmigo. ¿Qué necesitas? Me preguntó. Y yo sólo pensaba en mis padres… Le dije “me gustaría hablar con mis padres”. Y no lo dudó, me ofreció su teléfono, “dime el número”. Eran las 6 de la mañana en Chicago, mis padres se iban a despertar y verían las noticias. Me daba mucho apuro, pero acepté. No quería que se preocuparan. Sabía que si me escuchaban se iban a tranquilizar. Fue un regalo, el regalo más precioso de toda esta historia. Es un hombre increíble.

¿Qué echas de menos en este momento?
La Fiesta, los Sanfermines, ¡me los estoy perdiendo! Yo no quiero ver el encierro por televisión sino correrlo, y siento no poder estar ahí con mis amigos. Llevo viniendo cinco años y me quedo durante todos los días de las fiestas.

¿Te sientes inspirado para contar nuevas historias sobre el encierro? ¿Te rondan ya ideas en la cabeza?
Sí, sí, mi periódico, el Chicago Tribune, ya me ha pedido que escriba algo y estoy dándole vueltas. Ahora que ya tengo ordenador podré trabajar en ello, eso es genial. Tengo muchas ganas de escribir.

Después de Pamplona, ¿regresas a Estados Unidos?
No todavía, quizás vayamos a Marruecos, no sé, dependerá de cómo esté mi pierna, si puedo cargar con el equipaje, moverme…. En agosto viajaremos a Londres para presentar mi novela. Allí mi amigo, el escritor Irvin Welsh, me ha organizado un montón de eventos. Él es muy reconocido en su país y me está ayudando un montón, somos muy buenos amigos.

¿Cuándo escribiste esa novela, “The old neighborhood”?
La empecé hace casi diez años y la reescribí muchas veces para intentar mejorarla. Ha sido publicada hace unos meses.

Este año también has publicado un libro en formato electrónico sobre los Sanfermines, junto con otros tres autores, “How to survive in the running of the Bulls”.
Sí, lo hemos escrito entre cuatro y también participa un fotógrafo, Jim Hollander, que acaba de visitarme. Joe Distler, que es un corredor del encierro increíble, John Hemingway, el nieto del Premio Nobel, y Alexander Fiske-Harrison, que ha coordinado todo el proyecto.

¿Cómo es eso de escribir en grupo?
El libro lo dividimos en cuatro partes. Yo escribí el capítulo sobre el encierro, cómo correr, qué debes tener en cuenta, que no te pillen los toros… cosas así (se ríe). John habla sobre la pasión de su abuelo, Ernest Hemingway, por los Sanfermines. Joe cuenta cómo era históricamente el encierro, los primeros corredores… Alexander hizo el trabajo más difícil, que es unir y dar forma al libro, editarlo, divulgarlo y darlo a conocer. El alcalde de Pamplona ha escrito la presentación y algunos corredores de aquí, como Jokin, Josetxo y otros, aportan sus consejos para correr el encierro. Ha sido un trabajo de cooperación muy bonito.

En las fotografías de tu cogida se ve que calzabas unas zapatillas que parecen calcetines con dedos. ¿Son las famosas ‘barefoot’ (descalzo)?
Sí, siempre corro con ellas porque me encantan, son muy cómodas y muy ligeras. Estas las tengo desde hace tres años, las uso para correr y para hacer ejercicio.

¿Han sobrevivido al accidente?
Creo que sí, ahora mismo no sé donde están todas mis cosas, pero sé que sobrevivieron.

¿Has leído Fiesta, de Hemingway?
Sí, fue el primer libro que leí. Era un mal estudiante de pequeño. Tenía ya veinte años y cuando lo terminé sentí el deseo de escribir y contar historias. Pensé: “quiero ser escritor, quiero ir a España y quiero correr con los toros”.

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Suena el teléfono. Bill responde amable. Es Michael, un amigo. Le dice que vuelva a llamar en unos minutos porque ahora le están entrevistando y que estará encantado de que le visite en el hospital.

Al escribir el libro, ¿pensaste que alguna vez podrías ser cogido por un toro?
Sí, siempre he pensado que podría sucederme. El peligro está ahí, puedes fallar, y con los toros nunca se sabe. Pero he tenido mucha suerte porque no ha sido grave.

Como escritor, debes tener una mirada especial a la hora de contar qué vives corriendo el encierro. ¿Qué pasa dentro de ti justo antes del encierro?
Es increíble. Siento miedo, esperanza… dudo de mí mismo, de si tendré habilidad… y también un sentimiento de hermandad y de amistad, cuando veo a mis amigos, ¡aaahhh!, y chocamos las manos y nos deseamos “suerte”, y sabes que ellos están contigo y tú con ellos, porque nos sentimos todos del mismo modo… todo pasa en unos minutos pero se repite al día siguiente… Es maravilloso.

¿Y durante la carrera?
Mientras corres, sientes mucha prisa, mucha excitación, ¡hay tanta gente!… Los mejores encierros para mí son los que consigo tener una visión focalizada, lo cual es difícil, porque hay miles de personas intentando hacer lo mismo, y algunas saben de qué va eso, pero otras muchas no. Y de pronto llega esa manada de animales feroces, con sus pisadas tremendas, yo lo llamo un “toro-caos”, en ese momento tratar de concentrar la mente en tu carrera no es fácil.

¿Qué sucede cuando notas a los toros a tu lado?
Es una sensación fantástica, sientes mucha fuerza, y cuando logras acercarte al toro y el toro te acepta, y corre contigo… es alucinante. Yo espero todo el año para sentir eso todos los días del encierro.

¿Cómo decides a tanta velocidad?
Lo complicado es predecir, en milésimas de segundo, qué hará el toro, cómo se moverá. Miras atrás y a veces escuchas el bramido del toro, que suena impresionante (lo imita con sonido aaaaaaaaaa) otras veces sólo se escuchan las pisadas (chun, chun, chun), con su ritmo aplastante pero calmado. Unos se caen, otros se empujan… Los toros pueden reaccionar de manera totalmente sorpresiva. El toro que me cogió iba tranquilo, lo sentí que corría conmigo, y de repente soltó un bramido, uaaaaaa. Si hubiera visto que tenía detrás a otro corredor, no hubiera reaccionado como lo hice, pero él quería protegerse del peligro también, y en su intento me empujó a mí, caí… y el toro me embistió.

Bill resopla cuando termina de contarlo, como si acabara de correr.

Y cuando termina la carrera, ¿también sientes esa fuerza, ese poder?
A veces, muy pocas, siento ese poder, cuando sé que los toros están conmigo. Es más que poder, siento que soy parte del animal, que estamos juntos, que todo irá bien, es como decir “vamos”. Después te llega una inmensa alegría, lo ves por la tele y dices ¡uau!, qué adrenalina. Pero si no ha ido bien, me quedo fatal, me da mucho bajón.

¿Qué es irte mal, cuando no logras ponerte delante de los toros?
Sí, es descorazonador. Me entran dudas, pienso que he fracasado, que quizás no pueda volver a correr.

Suena el teléfono de nuevo, esta vez desde Chicago. Les pide que llamen en 10 minutos.

¿Sueles correr de forma habitual? Me refiero durante el año.
No, de hecho, odio correr, me cansa, me aburre… Lo único que me hace correr son los toros. Mis piernas son demasiado grandes, me pesan los brazos… No es divertido para mí.

¿Practicas algún deporte?
He jugado al fútbol americano, he sido campeón de boxeo, y a veces hago ejercicio. He tenido que dejar el boxeo porque me produce adicción.

¿Correrás de nuevo?
Sí, eso espero. Iré a Cuéllar en agosto e intentaré correr.

¿Recuerdas la primera vez que pensaste en los toros?
Había visto algún video sobre el encierro, pero poca cosa. Donde descubrí a los toros fue leyendo “Fiesta”. Eso me enganchó. Cuando supe que esa fiesta seguía viva como en ningún lugar del mundo, vine a Pamplona y se convirtió en una obsesión.

Termino. Le explico todo lo que va en la maleta junto con el portátil, el cargador, los auriculares sin estrenar que le ha metido Mikel… y pongo el material a buen recaudo para que no se caiga entre tanto lío. Salgo con la sensación de haber vivido un encierro… por dentro.

Un valenciano, herido de gravedad en el encierro de Victoriano

Video FilmXtreme/Opabinia

Video RTVE

Además del corredor norteamericano Bill Hillmann, también resultó herido de gravedad en el encierro de de hoy con toros de Victoriano del Río, el valenciano J.R.P., de 35 años, con una cornada en el tórax. Según los últimos datos facilitados por el Hospital de Navarra, ha intervenido quirúrgicamente y su pronóstico es grave.

J.R.P. sufre 3 heridas por asta, según el parte de heridos.

-Una axilar que penetra ampliamente en cavidad. Se realiza toracotomía derecha y se comprueba dehiscencia de espacio intercostal 3º a la altura de la herida axilar, y múltiples fracturas costales derechas. Se explora la cavidad sin apreciarse heridas pulmonares significativas.

-Herida por asta de toro región escapular y hombro, que tiene un trayecto hacia adelante disecando el espacio entre clavícula y primera costilla, sin penetrar en tórax en ese lado; afecta a musculatura trapecio y supraespinoso con trayecto superior y anterior. Fractura de escápula

-Herida por asta con orificio de entrada a nivel de cresta iliaca izquierda de unos 7cm. Trayecto ascendente de 16 cm y medial de 11cm que diseca subcutáneo sin afectar a estructuras vitales ni penetrar en cavidad abdominal

Otros tres corredores fueron trasladados a centros hospitalarios por traumatismos de diversa consideración, pero a última hora de la mañana han sido dados de alta.

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Escritor americano corneado

El norteamericano Bill Hillmann fue corneado en el tramo de Telefónica, mientras enfilaba hacia el callejón, tal y como recoge la secuencia recogida por el fotógrafo Mikel Ciáurriz. El joven había caído previamente al suelo boca arriba y el toro de Victoriano le alcanzó en el muslo de la pierna derecha.

Hillmann sufrió dos cornadas, ambas en el muslo de la pierna derecha. El parte de heridos habla de «una herida en la cara interna del muslo derecho en zona distal en la parte interna cercana a la rodilla y otra en cara anterointerna de muslo más proximal. No afectación vaculonerviosa». Su pronóstico es «menos grave».

Hillmann tiene 32 años y es de natural de Chicago. Recientemente publicó el libro «How to survive the bulls of Pamplona» («Cómo sobrevivir a los toros de Pamplona»), junto a John Hemingway, Joe Distler y Alexander Fiske-Harrison, tal y como publicó Sanfermin.com hace solo un mes. Además, también ha publicado un artículo en nuestra página, titulado «Sleepers». Hillmann es un corredor experimentado, con una década de encierros a sus espaldas.

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Bill Hillmann, momentos antes de sufrir la cornada. Debajo, la secuencia completa.

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El perfil de Facebook de Hillmann da detalles sobre su relación con Sanfermin. Su foto principal en esta red social es precisamente una en la que aparece ayudando a sacar a los heridos producidos en el montón del año pasado. Además, Hillmann narra que el pasado 6 de julio, recién llegado a Pamplona, perdió su pasaporte, ordenador portátil y medicación.

Mikel Ciaurriz, autor de las fotografías de la cogida de Bill Hillmann, le ha visitado esta misma mañana en el Hospital de Navarra. Hillmann se encuentra en buen estado y acompañado por su novia.

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